Días sin horas

domingo, noviembre 20, 2005
 

Otra vez.

Sin querer pongo una canción que no debería haber puesto. Otra vez ahí, en mi ventana, como tantas veces me había pasado en los años anteriores a mi huida. Otra vez esa música, y ese cielo que la acompañaba. Esa mañana de Domingo nublada de acero reluciente, de pesadumbre tácita. Un momento denso y oscuro en la luminosidad. Cascada de sentimientos enquistados, miedos, sueños, lágrimas y huellas en la arena. Me siento fracasado mirando otra vez por esta ventana, habiendo tenido por unos segundos lo que por ella deseaba desde hacía tanto, y lo había perdido. Me resisto a pensar que lo he perdido y que se me ha ido; pero cuando aun queda la esperanza de que sienta que desea volver a abrazar mis brazos, no hay nada que me evite pensar que la debería llamar, que debería cruzar tres mares para volver a rogarle un beso. Sí, me he vuelto a caer, ya no hay alas para los soñadores, se las han llevado los duendes de lo prohibido; tienen miedo de que seamos felices. Vuelvo a mi ventana solo, vuelvo a mirar como las gotas van marcando aleatoriamente los espacios del cristal.

Acaba, acaba, acaba,... sal ya de mi cabeza o vuelve a mis sueños. El desorden emocional como forma de autodestrucción. Miro el árbol caído con tu nombre tallado, le doy con rabia mil patadas. No se mueve.

Ya no queda luz en mi habitación, se fue la vela.


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