Días sin horas

martes, agosto 29, 2006
 
Deja de esperar palabras,
¿se te olvidó escuchar mi silencio?.
Espera a la sombra del pino
los susurros al oido,
esos que no importa lo que digan,
esos que del los que sólo importa el soplido suave,
esos que acaban con el roce del labio en la oreja.

Deshaz cicatrices
porque cuando vuelvas
no habrán personas,
sino recuerdos.
Una ciudad llena de recuerdos,
verdades a mitad.

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domingo, agosto 27, 2006
 
Los golpes van rebotando por las paredes de la habitación. Semicorcheas, corcheas, negras,... y sus silencios que provocan el no ruido con su consecuente eco de vacío. Tiemblan las ventanas al impacto de las teclas contra su tope. Y tú sentada en la banqueta delante del piano, seguramente escuchando aquello que yo no oigo porque el piano no tiene cuerdas. Para mi es un metrónomo loco que sólo corresponde a los lentos movimientos de tus labios, que se abren y se extremecen sin que pueda preveerlo. Vuelvo a poner mi mano en tu hombro, porque tú sabes lo que significa, porque aquello empezó y no acabó. ¿Acaso empezó?. Se funden, como antaño, tus dedos con las teclas del piano y te disuelves antes de que me decida a besarte.

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viernes, agosto 25, 2006
 
Desespera y muere. Pese mi alma en tu sueño, en tu pesadilla que es yegua pesada y contundente.
Desespera y muere. Clave la muerte en ti su lanza herrumbrosa y su beso agrio quiebre tus labios.
Desespera y muere. Que tu espada caiga sin filo ni amenaza, quede en cenizas tu coraje.
Desespera y muere. Sea tu muerte en el conticinio, tu llanto sea grito bajo el mar.
Desespera y muere. Aparezca yo como tu íncubo, y te dé sueño eterno tras la pasión postrera.
Desespera y muere. Hazte consciente que es tu última carnalidad la que te dan mis tientos, agoniza en angustia.

Desespera y muere. Muere, sucubo, en la tiniebla del desamparo.

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jueves, agosto 24, 2006
 
Estoy buscando la palabra que me deje entrar bajo el párpado de tus ojos. Estoy buscando melodías, de Silvio, para tener como llamarte. Quién fuera él, quien fuera tu trovador.
Buscando entre las fisuras de tu muro para ver qué piensas de mí, para colar mi dedo y rozarte el pelo. Acurrucado en días de lluvia que me remiten a mi almohada que añora tus labios sobre ella.
Y recuerdo la arcilla entre mis manos, y mis dedos deslizándose para darle forma y dibujar cualquier cosa. Arcilla de cuento, cuento de la hora que nunca brilla. Debes amar tu arcilla hasta la locura.

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miércoles, agosto 23, 2006
 
El atardecer, a través del cristal moteado de lluvía del ático, sigue tintando de rojo las paredes que llenaste con tus frases hechas con ceras de colores. ¿Dónde dejamos los brazos del sofá?

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martes, agosto 22, 2006
 
Sentado en una de las mesas de aquel bar del centro de Valencia, un bar cualquiera, anodino, con sus mesas cuadradas y sus manteles de papel, con su camarero de pajarita mustia y chaleco lánguido. Se tomaba un café léntamente mientras que jugaba con un rosario de madera, se lo dio su abuela, ella tenía esperanza en él, más que él mismo.
Con el trasiego de las once de la mañana y los bocadillos de jamón con queso para los que perdían sus horas en las oficinas colindantes, se levantaba un olor fuerte y rancio a refrito y a tabaco. Era desagradable pero no iba a esperar fuera, fuera llovía, hacía viento, era Noviembre.

Por fin llegó ella, espléndida, pálida rozando lo angelical, se descubrió el pelo de la capucha, y calló sobre sus hombros su pelo negro, más oscuro de lo normal por el agua que le había calado. Venía con unos vaqueros ajustados y una sudadera deportiva. Andaba sin pretensiones, pero movía la cadera para contonear sus curvas, que eran el resquicio de la fidelidad de muchos; y sonreía a aquellos que le miraban con una cortesía cruel.
Se sentó en frente de él y levantó una ceja. Se llevo la mano al pelo como si su mano fuera una toalla y le dijo entre dientes pero sonriendo, frunciendo ligeramente el ceño: "Odio estos días que tanto te gustan".

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lunes, agosto 21, 2006
 
En la alacena encontré tus ojos claros que entre el azafrán habían tomado sabor de suelo. Tantos olores mezclados para que en el olor a ceniza de brasero encuentre tus piernas entre mis manos, para que sea así como nos encontramos. Como sin contacto, casi, se eriza la piel de tanto intuir, de tanto jugar. Fuego blanco de guerra santa, de guerra de lujuria y deseo, de guerra de momentos.

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domingo, agosto 20, 2006
 
¿Para qué quieres, tú, saber que aun te amo, yo? Es mentira que me pueda olvidar por contárlo, que pueda liberarme, que pueda hacer de desolación coraje.
No, porque sólo queda el propio encono, porque sólo me quedan maldiciones, y te como a besos muertos sin la almohada que acogía tu pelo.

Aunque hayan amores que no pueden olvidarse, se secará el corazón de tanto sangrar, y no será ya amor, sino cicatriz. Estulto rostro. Pedazo del alma desgarrado.

Y aunque las frases no tengan sentido, no así la canción que las acompaña, que murió antes de nacer por tanto odiarte.

Estúpido de mi, que aun creo que me debes abrazos.

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Diez minutos meciendo farolas en el asiento del copiloto.
Diez minutos hundidos entre sus muslos.
Diez minutos sin piel en la espalda.
Diez minutos con los dedos entrelazados.
Diez minutos de contar que sólo quedan nueve.
Diez minutos de no saber qué quedan nueve.
Diez minutos abrazados besándose en la clavícula.
Diez minutos de gotas contra la ventana.
Diez minutos de sabor a su lengua.
Un minuto de no poder surcar sus caderas.

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jueves, agosto 17, 2006
 
Alargando la mano para alcanzar el siguiente segundo sin caerse. Creyendo toda la vida que los segundos sostenían los besos, los abrazos,... y darme cuenta, ahora, de que lo que hacen es destruirlos, engullirlos, sacrificarlos.
Apretando las manos, los ojos, el estómago, para no moverme, para permanecer idéntico al segundo anterior. Si no me muevo parece que no pueda cambiar nada, que los segundos sean copias de sí mismos, y yo no pueda morir.
Pero de la fuerza cae una lágrima recorriendo la mejilla, evitando el labio, para suicidarse desde el mentón. Así me doy cuenta de que ha cambiado, pero sigo vivo, como cuando oyes un golpe en el ala del avión pero te das cuenta de que sigues ahí, porque eso no puede ser la muerte.

Se precipitan los segundos sobre mi espalda e inyectan en la espina dorsal el veneno de la inmortalidad. Porque nadie se cree mortal.

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domingo, agosto 13, 2006
 
Y renacen sus ojos verdes del fondo de la ventana que murió de pena. Sin quererlo se han ido llenando de agua y ahora lloran ese agua estancada. Clavado en el centro de la retina amanece un alfiler, el que tantas veces me ha punzado los labios. Si el secreto de la desolación es la inexistencia de ilusión, los ojos que te envuelven se vuelven ilusión ( óptica, claro).

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sábado, agosto 12, 2006
 

Y al final la maté,

La maté y la desollé.

La esperanza, impávida, me sonreía,

con su muerte había vencido.

Como el Dios de los cristianos,

que muriendo ganó su palabra,

su reino.


Y así borré sus caminos,

deshice sus fotos,

decidí entender que jamás existió.


Y así ha muerto, sin pena ni gloria.

Ella que fue tan plena, muere luna nueva.


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viernes, agosto 11, 2006
 

Y sigues mirando a la luna, su reflejo en tus pupilas, sus pupilas indefinidas entre las manchas de su cara. Selene.

Y sigues buscando a ese hombre que te dijeron que vivía en la luna. Pero, ¿alguna vez lo has visto? ¿alguna vez te ha sonreído?. Y aun crees que va tejiendo alegrías y te las deja caer a través de la luz de las estrellas. Y crees que es él, y sólo él, el que puede hacerte soñar con un cuento, el que descompuso los rayos del sol para mostrarte el otro lado de la luna, el que no tiene cara.

¿ Cuántas veces has visto sus huellas en las noches de luna llena? ¿Cuántas veces crees que ha sido él el que ha pintado la luna de naranja para que creas que es un atardecer? Sus guiños son platónicos como su amor; ¿sabes? Un amor platónico es aquel por el que amamos lo que se nos niega. Sí, como la luna.

Mira esta noche, quizá sea hoy el día que encuentres al hombre que vive en la luna.

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jueves, agosto 10, 2006
 

Cuando quiso tanto que quería morir,

Se dio cuenta que el amor todo lo cura,

que el amor, todo locura.

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martes, agosto 08, 2006
 

Reatardece una vez más, el sol empieza a desbarrar en colores sin abandonar el mapa de mis rincones. Y mientras tanto, yo volviendo a tallar maderas de sensatez. Viviendo con intensidad cualquier momento o sensación, se hace más fácil comprar parcelas de cielo a las nubes. Otra vez reconstruyéndome, y muchas más que me queden. Seguiré esperando a que vengan las nubes para que empiece a llover, seguiré esperando a enhebrar hojas secas en hilos de sutura, seguiré esperando a que el otoño llegue.

Enfundándome de nuevo los ojos, mis ojos; reabriendo los brazos y las manos; recubriendo mi esqueleto de músculos y piel.

Tensando los dedos para incrementar la sensibilidad de las yemas de los dedos, y recorrerme la cara para reconocerme y rebautizarme como lo que quiero ser.


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La voz estridente de la noche llama.

No me llames a mi,

ya he ardido sin calor.

Busqué en mi alma para recoger

la antorcha de luz negra,

la que no ilumina, la que sólo ciega.


Cenizas de Pompeya,

Brasas de alma incandescente.

Olor a jazmín, rojo lava.


Dormitorio de azulejos corridos

Con los ojos que me dicen que sí,

Para la sonrisa que me dice que no.


Muerte al sur del alma,

Cuando no hay respuestas,

Cuando no hay preguntas.

Haga lo que haga,

Cenizas mojadas.

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sábado, agosto 05, 2006
 

La noche me negaba el sueño. Me hacía recrearme en mi dolor, en mis miedos, en mis fantasmas y ella estaba tan cerca que sentía más profunda aun la sombra de mi soledad. La noche no me dejaba soñarla, decidió soñarme ella y mantenerme en vigilia con juegos infinitos en los que sólo conseguía llegar al punto de partida en el que yo me sentía un desgraciado.

Por fin le gane la batalla a la noche, pero la noche más vieja y más lista que yo, me lo permitió a cambio de unos sueños de sudor y mercurio líquido. Así que mis ojos se cerraron y la luna se tornó rojo incendiario, me dio la bienvenida a lo que iba a conocer como el Infierno de los sentimientos.

Aparecí en medio de una sala con cuatro puertas. No tenían los nombres puestos pero sabía lo que significaban intuitivamente.

La primera la abrí y se solidificaron los celos como la cera cruje en solidez al tocar el agua fría. Truncó mi amor y mi ego. Y la perseguía sin verla o sin verme, viendo como eran otros los que eran mejores que yo en cada uno de los rasgos que yo me creía más fuerte. Y era su sonrisa, ajena a mi, la que iba reduciendo mi alma a un montón de hojas secas. Y sentí en mi los celos de lo que ni siquiera ha existido, de lo que ni siquiera me es lícito querer. Besos sólo para mi.

Ante la opresión del pecho, mi alma fue expulsada de aquella habitación. Volví otra vez a la sala con las cuatro puertas. Y entré en la siguiente. Esa era la de la angustia y la desesperación. Truncó mi amor y esperanza. Y ahora sí que me veía, y me decía que la siguiera, y yo la seguía pero corría más rápido que yo. Se iba moviendo primero dentro de una casa, luego entre las calles sin paisaje ni escenario. Nunca llegaba a ningún punto, se giraba y me sonreía. Pero cada sonrisa no provocaba en mi más que desesperación y ansia. No quería que la cogiera. Corría engañado, corría en la dirección equivocada. Y murió mi autoestima.

El cáncer del pecho se extendió hasta acartonar el estómago, que cedió en una explosión de dolor a base de agujas. Mi alma de nuevo en el recibidor, entrando en la siguiente sala. La ausencia implícita. Y fue allí donde aparecí tumbado en el suelo con cientos de duendes murmullando y susurrando: no ha existido, no es para ti, no ha existido, muere iluso, no es para ti,... Y me hicieron creer que no amaba más que la sombras de mis deseos, que nunca fueron recíprocos, que nunca existieron; tal como un loco se da cuenta de que no tenido vida, que todo ha sido una ilusión, ese momento de lucidez justo antes de la muerte. Esa luz que aclara que la muerte ha sido tu mejor elección. El olor a azufre y amoniaco hacía insoportable e irrespirable el aliento de los duendes, y sus palabras minaron mi capacidad de sentir placer. Murió así, en conjunto, mi alma.

Y aparecí de nuevo en la sala de la entrada, sin alma, sólo el dolor extendido por cada uno de mis músculos. Y quedaba sólo una puerta, que era por la que había entrado. Y hasta entonces no caí que sería la única que sería salida. Si es que eso podía ser una salida. Y desperté de nuevo en la confusión, en la vigilia vigilante de sentimientos, de negación, de privación del descanso, donde oyes cinco veces sonar las campanadas que anuncian la una de la noche. Y el círculo de caos y atemporalidad se convierte en corona de espinas que oprime y que hace sangrar lágrimas por todos los poros. Y así el infierno concluía su relato, contándome que lo peor de todo sería el sentirme vivo. Porque tenía tantas ansias de vivir, que quería morirme.

Y volví a la sala principal, expulsado de nuevo del vértice del rombo. Y en el suelo había una inscripción simple : Pregunta. Y yo grité : ¡Pregunto!. Y el suelo respondió: a una pregunta se contesta con otra pregunta, ¿ amas a una idea o a una mujer?. Y quedé atrapado hasta que la luna se escondió y el sol veló mis pesadillas.

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martes, agosto 01, 2006
 

Y aun ando ebrio de besos. Perdido entre su cuello y sus pómulos. Como todos los cuentos y textos venidos al alma, haciendo restallar los latidos.

Quedarse sin palabras. Buscar las palabras. Resignarse.

Intentar anclar sus costillas a las mías, buscando el inocuo deseo constantemente, paladeando sus besos y plegándome en los abrazos.

Sintiendo el cielo como una gran pantalla de cine, inmensa y delirante. Contando estrellas fugaces y guardándolas para pedir deseos más adelante. ¿Va de deseos? Puede, va de deseos.

Y deslizar mis dedos para recorrer todos sus contornos, y acordarme de ellos, y recrearlos y sentirlos cuando al acercar mis manos a la cara, para acomodar el sueño, sienta su olor entre los dedos, intenso y descontrolado.

Enhebrando el tiempo a nuestro gusto, y haciendo de los atardeceres nuestro refugio, que no haya nada más. Que sólo exista yo meciendo su cara mirando al cielo, sus ojos mirándome a mi, y mis ojos intentando ver qué es lo que ven sus ojos.

Y de nuevo me pierdo entre su cuello y sus pómulos, incontrolable la gravedad de acercarme a su piel, de sentirla con la mía y de deslizar mis labios sobre toda ella, para sentirla y saberla. Ella que huye de noche por las estrellas, para ponerles nombre y hacerlas titilar. ¿ Sabes no se dice tililar, se dice titilar? Sí, yo también lo pensaba.

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