Días sin horas

jueves, noviembre 30, 2006
 
Se asomaba el invierno por la esquina de enfrente, pero aun no nevaba. Tampoco es que lo hiciera otros años por esas fechas pero parecía que las montañas ya lo reclamaban. Se veían las montañas desde la ciudad entre las nubes a ras de suelo, montañas que empezaban ocres y se tornaban tierra.
Paradójicamente le vino a la cabeza la imagen de una costa calentada a fuego lento por un sol tropical con olor a coco y a sal. Y desde allí saltó a Nueva York, acristalada muralla de edificios que parecen determinar la distancia entre el suelo y el cielo. Calles grisáceas y un olor que se anclaba entre los ojos y la boca, punzando todo el sistema nervioso, imposible de obviar, mezcla entre refrito y jengibre.
Se hacía de noche y los edificios ya no eran columnas acristaladas, sino un proyección de luces caminando hacia las estrellas. ¿Cuántas ventanas pueden estar encendidas en una ciudad de ocho millones de almas?
Volvió a sus montañas sin nieve, a sus casas de techos casi verticales, negros y con ventanas. Al olor a chocolate y a crepe, al circo de la plaza que hacía resonar bocinas y risas.

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domingo, noviembre 26, 2006
 
Ya corre el invierno por las calles. Desenvainando sobre las caras de la tristeza que huyen en su diario movimiento a la rutina que les salve de contemplar sus heridas. Heridas sin ojos, maceradas al abandono de quien no quiere ver. Tantos pies aclamando el final de un camino que no saben ver, y en medio, ella, que sigue sin ser nadie. Sólo es en sueños, una túnica blanca, que ondea los domingos por la noche, para recordarme que la soledad es un plato que se come entre dos.
Ella que lleva una daga en la mano para salvarme de mi muerte, de los pies y de las caras sin ojos, que petrifican los árboles y sus hojas suicidas.
Yo la vi, mañana.
Yo la sentí, sin querer.
Yo la besé, sin sentir.

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jueves, noviembre 23, 2006
 
Suenan los primeros rayos de sol de la mañana a crujido entre las nubes. Van mordiendo las aceras las gabardinas que revolotean, que giran y rozan como palomas asustadizas. No es que las mañanas sean así, sólo es una forma de verlas. Para que pese menos el despertador y su impertinente tintineo, para que dos mandarinas y un vaso de leche no parezcan excesivamente insuficientes para navegar el día. Hojas de periódico que se esparcen por el tranvía y por el tren; sucesos y silencio, ojos leyendo cualquier tontería y yo mirando por la ventana lo de cada día. Porque aun no me llego a creer que eso sea lo de cada día, lo de siempre, ¿qué siempre?. Y ya no veo mis fantasmas, que alguien me ha recordado que solían habitar debajo de mis párpados, sólo el paisaje, yo, y millones de partículas de aire que se sienten y se escuchan por los auriculares.
Y en un suspiro el tren se ha deslizado por los 5 minutos de trayecto y se acaba el aire que se escapa por las puertas que se abre y todo vuelve a secarse.

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miércoles, noviembre 22, 2006
 
Si se han callado las palomas y se oye, en cambio, el correr de las hojas; si han dejado de correr las morerías por los ojos de quien se cruza y corre, en cambio, las montañas nevadas.
Fronteras cosidas sin querer, y que no se pueden evitar, que son sólo diversos ojos viendo diversos paisajes. El Montblanc aparece entre las nubes, como quien saca la cabeza para poder ver. Tiene la cumbre nevada y parece pintado en la ventana de la oficina. Y los aviones siguen saliendo, tan cerca, tan grandes, tantos, ... tantos destinos, tantas personas, tantos pensamientos en el momento en el que avión deja de contactar con el asfalto. Y si van y quizá no vuelvan.

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sábado, noviembre 18, 2006
 
Si se plastifican los sentimientos y las sensaciones, mueren las pasiones, quedando sólo las láminas metálicas sobre las que latían. Causan vacío las vidas parabólicas, nada de gritos ni quebrantos, sólo el puro fluir de la nieve deshaciéndose.
Ya no huele a rebelión ni a libertades gritadas, sólo la existencia que se desliza entre los balcones sin macetas ni ropa tendida. Dejando a macerar la rabia y el amor en el plato del sudor que alguien vinculó al pan. ¿Qué es ésto? El alma impresa en el pecho, que ni siquiera es tuya, sólo el alma que se derrama por los cristales de las ventanas de las tardes de cinco grados. ¿Dónde están las lágrimas que echan de menos? Me quedan tantos abrazos por dar que me van comiendo las yemas de los dedos, para que no te pueda volver a tocar más.

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lunes, noviembre 13, 2006
 
Eran las 6, de la tarde en su concepción de vida anterior, ahora de la noche. Había acabado el primer día de trabajo y esperaba en la parada de tranvía, de Cornavin, el que le llevara hasta Plainpalais. Acababa de bajar del tren que venía del aeropuerto al centro de la ciudad, era rápido, cinco minutos, primer mundo, tren de dos pisos.
Iba con el tweed marron y los pantalones grises, pero no se veía el tweed bajo la chaqueta marrón ante que le protegía de los 10 grados otoñales. Sólo la corbata sobresalía un poco. Se imaginaba cómo se vería desde fuera. Debía estar guapo, trajeado, mayor.
Miraba alrededor y se veía en una ciudad ajena hecha propia, en la que se desarrollaban las vidas de las películas. Una ciudad con cosas por descubrir, como si las ciudades pudieran albergar tantos sueños y, además, que se hicieran realidad.
Llegó el 15 Palettes.

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sábado, noviembre 11, 2006
 
Se hace extraño el ir por la calle escuchando una música que tantas veces te ha transportado a un paisaje que ahora ves con tus ojos, y la música por ello no deja de transportarte sino que te funde con todo lo que te ropéa. Las crêperies, el olor a chocolate caliente en el aire, el frío que acaricia las mejillas y tienta a los ojos a derramar lágrimas sin tristeza.
¿Cúanto puede durar esta sensación? ¿Dónde estoy? Tengo el alma descompuesta esparcida por paises y por momentos, incapaz de concetrar todo mi yo en el aquí y el ahora. Los edificios afrancesados con techos negros casi en vertical con ventanas donde parece asomar la niña sin Dios, enrejados en verde sobre las ventanas sin cortinas que alumbran las tardes oscuras a las cinco de la tarde.

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martes, noviembre 07, 2006
 
Los amaneceres pueden arreglarlo todo. Casi como la brisa suave de la mañana, las cosas se han ido arreglando. Esto es precioso, edificios afrancesados, a pesar del frío todo parece muy cómodo. Veremos.

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lunes, noviembre 06, 2006
 
La soledad que oprime, que se reconstruye como un fantasma, que no deja ver lo que pueda suceder más allá de sus sábanas negras. De noche en la noche, que aprieta pero no abraza, sólo desgarra los dedos que se cogen a la luz. En el ocaso de algo, que sólo es esperanza de otro albor, yo me estoy muriendo por trozos. Hundiendo en la intensa oscuridad mi alma que grita desconsolada sola entre demasiados ojos que no miran.

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domingo, noviembre 05, 2006
 
Hoy dónde estás. Leyéndome te he encontrado, sin querer casi, por inercia o por lo contrario. Velas, esperanza,... No sé qué hago escribiendo, la verdad es que no me apetece, no tengo nada que decir. Sin embargo sigue ardiendo la esperanza que ya no puedo comparar con una vela o con una luna, con nada, es algo que se desliza debajo de mi piel y asoma de vez en cuando a recordarte. Eso es todo, y luego vuelve a su estado latente. Y ahora me voy, y no hay rotura con nada, porque no hay nada con lo que romper. Sólo es eso, nada, nada tintada de colores, nada que huele a tus cenizas.
Nada, siempre nada.

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viernes, noviembre 03, 2006
 
Iba cerrando la maleta y sentía cómo me pesaba el estómago. Sentía que se me caía algo y no sabía el qué. Me arde el alma.

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miércoles, noviembre 01, 2006
 
Estaba medio hundido en el sofá del piso de mis abuelos, mirando a mi abuela cómo hablaba. Se me quedó mirando y me dijo "qué guapo que estás, ¿cómo te llamabas tú?". Le conteste con una sonrisa cercana. Ella siguió hablando, comentaba que había venido su madre y su abuela hacía dos o tres días a decirle algo; mi madre le decía con suavidad que ya habían muerto, pero mi abuela decía que "ellas dicen que no". Que ella, mi abuela, no era tan mayor; ¿cuántos años tenía?, sesenta, como mucho sesenta y cinco, a veces le decía que parecía que tuviese 49. Mi madre le decía que tenía ya casi 80, pero no le convencía, "no puedo ser tan mayor decía". Todo ello entre risas.
Ella se sonreía mientras nadaba en una realidad mezclada de tiempos y lugares, en los que los límites y fronteras se han disuelto y los recuerdos han ido saltando de años, recolocando toda una vida a merced de qué sé yo orden de la naturaleza degenerativa.

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