Días sin horas

martes, enero 30, 2007
 
¿Cuántas veces he sentido que me moría? Y cada una de las veces con la misma intensidad, como si no aprendiera de la muerte recurrente.
Hoy, con su pelo cobrizo, se me hunden los ojos en mi propio pecho. Mirando la daga que, sin querer, decidí clavarme, sólo porque me dijo, que ella también tenía una.
Pasan los años, y mi pecho sigue sin dejar de sangrar.

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lunes, enero 22, 2007
 
(Paralelo Sintitulos)

Cuando duermen dos en una cama de uno y medio, hay uno que le falta, obviamente, una mitad. Muy probablemente, el que no es dueño de la cama se ve arrinconado, y por educación sigue incómodo, dormitando. Despertándose cada poco, con una sensación de que no ha dormido nada y que la noche se va despeñando por el reloj. Y mañana hay que ir a trabajar.

Abrí un ojo y vi a través de la puerta, que se había quedado abierta, el comedor con la luz, aun, encendida. Sonaba un disco recopilatorio de jazz que había dado por lo menos una decena de vueltas, y seguía incesante aunque el volumen era realmente bajo.
Me fijé en algo que no me había fijado hasta el momento, la casa tenía un parqué muy bien cuidado. Además debía tener calefacción en el suelo, porque pese a haber ido descalzo por la habitación no había tenido frío en los pies.

En ese mismo suelo yacían, también dormidas, las prendas entrelazadas suyas y mías, casi indistinguibles. Me di cuenta de que también nuestras piernas estaban entrelazadas. Ella tenía las piernas frías aunque muy suaves. Me preguntaba si se depilaría todos los días, supongo que no, y puede parecer ridículo. Pero como uno suele saber cuando va a acabar sin ropa, se cuida más para esas ocasiones. Pero todos tenemos ropa interior desgastada que nos seguimos poniendo a gusto, salvo en esas ocasiones en las que tememos que no dé la talla ( nunca mejor dicho). Supongo que hasta que no viviera con una mujer jamás sabría cómo es la cotidianidad de sus piernas, de su cara, de su pelo. Sin querer me imaginaba a ella, aunque había quedado con ella no más de cuatro veces.
Le recogí el pelo y fui besándole por todo el cuello. Pero no se movió, debía estar profundamente dormida. Era su cama, era normal. Llegué hasta sus labios, y se me estremeció la espina dorsal cuando noté sus labios como el mármol, además de secos y ásperos. Le pasé la mano por el cuello y no noté la sangré corriendo por sus venas. Le susurré para despertarla, para animarla. Sí, susurrar no parecía muy normal, pero no me salía el hablarle más fuerte.

No supe qué hacer, así que me vestí y la dejé tumbada, le tapé bien hasta los hombros. Salí por el comedor, apagué instintivamente el equipo de música. Y me apresuré a cruzar la puerta, sabía que una vez cerrada por mucha conciencia que pudiese tener no podría volver a entrar. Así que salí, cerré y bajé con la cabeza agachada esperando que nadie se cruzara conmigo.
Miré el reloj, 5:23. Necesitaba un taxi, lo cogí un par de calles más al norte de la suya.

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lunes, enero 15, 2007
 
Si aquella era una de las noches que pensabas que el mundo dejaría de girar, no te equivocabas. Cuando perdiste el último tren, cuando te quedaste tirado en aquel banco de crujidos cariñosos. La noche que te hacía sentir que las luces ardían sin más sentido que el de aplacar el frío que casi no sentías. Tanto apretaba la nostalgia del propio momento que te sentías el rey del mundo, que podías abrazar todo el globo de Mafalda con tus brazos, no para cuidarlo, si no para comértelo, para bailarlo, para llevártelo.
El último tren se fue hacía ya mucho, sólo quedaste tú y tu sombra haciendo encaje con las farolas que se dormían de lo tarde que era, tan tarde que amanecía.

Y si pudieras volverías a ponerte aquellos ojos de cuando tenías cinco años y todo parecía brillar tanto, las calles, los carteles, los coches con sus luces blancas y rojas, las carreteras moteadas de ámbar. Con la señal horaria pitando en tu cabeza a través de casi veinte años, después de los que oír que llega la una de la noche no parece ser ningún acontecimiento extraordinario.

Y yo ya me he vuelto a perder entre mis palabras, sin decir demasiado, sólo sensaciones que voy recogiendo y las dejo a secar aquí.

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martes, enero 09, 2007
 
Besos diáfanos, los de tus labios,
que inspiran el trasluz de mis ojos,
que quieren verte en todas partes.

Mis ojos,
que no dejan de contar a mis dedos,
que tus caderas ondean como un pañuelo al aire.
Pareo de caricias.

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viernes, enero 05, 2007
 
Lejos de esta Europa de restos industriales, ladrillos caravista ennegrecidos y ventanas cuadriculadas sin persianas, ventanas que siempre me han traído la sensación de moqueta que esconden, desinfectante y techos-suelos que crujen.
Lejos de tus caderas morenas, flamencas al andar, más árabe de ojos azabache que aria de pelo incendiado.
La media luna en tu boca a través de la noche de tus labios, piel canela, muere el sol.

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