Días sin horas

miércoles, enero 16, 2008
 
Y sin querer, y poco a poco, has sembrado la semilla de tu recuerdo.
Ahora te empiezo a echar de menos aunque aun estés aquí.
Ahora me quema el saber que te vas y que nada sucederá para que deje de suceder.
Ahora me enfado conmigo mismo echándome en cara que no tiene nada de especial, que es otra flor del jardín.
Ahora me enfado contigo cuando me dices que esta noche no quieres quedar, porque me aflora la necesidad de tu piel y de tus besos, y no los tengo.
Ahora me odio un poco por no querer jugar al juego del cínico irreverente, porque no me sale, porque quiero dedicarte tiempo; y pienso que eso te va a cansar, ya no te confundiré.
¿Amor, relaciones? ¡Qué es eso!
No, que muera porque no puedo matarlo. Que empieza a arder entre mis manos lo que veo que me va a estallar en la cara dejándome en la calle de rodillas echando de menos sus sábanas.

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domingo, enero 06, 2008
 
Si fue al empezar a hablarte de lo que leía en tus ojos no lo sé; quizá fue entonces, o quizá fue cuando jugábamos a hacernos dibujos en el lado anterior de la muñeca en aquel bar, que me di cuenta de que no había en mis gestos una necesidad de cariño más allá de los besos que impactaban en mis labios. No tenía nada que ver con la inconsciente pasión del beso del primer día cruzado con versos de Neruda. Eran ahora mis versos sin rima que iban deshaciendo tus sentidos en un revoltijo de preguntas que pretendían deslavazar la membrana que protege a tu alma del mundo.
No sé por qué lo hacía. Yo que siempre he evitado las repeticiones de besos. No es enamoramiento, porque no te echo de menos cuando no estás conmigo, y pocas veces pienso en ti. Es quizá dulce seguridad de que tus piernas me esperan.
Es el saber que cuando empezamos a besarnos vamos a acabar deshaciendo tus sábanas o manchando las mías, que voy a poder recorrer la suavidad de tu piel en los cambios de relieve de tu pecho a tus muslos y que te va a gustar y vas a sonreír fingiendo que es algo de niños. No, no es amor, no es nada de eso que otras veces me lanzaba el corazón a la garganta. Son tus besos que recorren mi cuello, que me hacen sentir protegido y deseado. Son gemidos, sudores o mordiscos, que pierden el sentido de necesidad inmediata, para ser parte de un cuento sin palabras, sólo con gestos.
O quizá sea que aceptas que no me gusten los títulos, que no quiero que seas mi nada, ni yo ser tu nada. Que sólo quiero el cobijo de tus brazos, y quiero que nadie hable de la casa de la que salgo cuando me levanto en tu cama.

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