Días sin horas

domingo, septiembre 12, 2010
 
Solía pasearse por los bares de Honduras cuando a la noche ya no le quedaba rastro de tarde. Tenía una gorra sucia y deshilachada que le hacía reconocible en la distancia. Le llamaban "el farmacéutico", a lo que el siempre corolaba "no solo de pan vive el hombre".
Fue la primera vez que lo vi cuando me habló de Celia. Al principio no le entendía demasiado, tampoco quería, se había sentado en mi mesa y había empezado a hablar sin sentido. Tuvieron que pasar unos minutos para que me diera cuenta de que quizá estaba delante del mismo Jesucristo García. Me di cuenta probablemente cuando dijo "Nací sin querer, y moriré por obligación".
En algún momento empezó a hablar de una mujer, y sus palabras se tornaron de un poético crudo.
- Chaval, jamás habrás visto unos muslos como esos. Saben a miel. Unas caderas que solo te las puedes imaginar tumbadas en una cama. No quieras probarla, que engancha más que el jaco. Y es menos agradecida. A esa mujer no se le puede atrapar, sólo puedes rezar para que se apiade de ti y te dé un poco de ella.

Debí hacer caso a el Farmacéutico. No estaría ahora aquí, manchado de sangre, con un cuchillo en la mano, el cadaver de un tal Alberto en el suelo de mi casa y Celia en el cuarto de baño.

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