Días sin horas

lunes, marzo 10, 2008
 
Al final se han acabado ese estado extraño en el que se juntaban los últimos minutos de tus besos y los primeros de tu ausencia. Ya sólo quedan de los segundos, que no son segundos si no horas comprimidas en un minuto. Y yo que nunca he sabido llorar bien, he venido en el autobús y en el metro con los ojos humedecidos a ratos, cuando he olido sin querer mi camiseta que olía al sudor de tu último abrazo, cuando he pasado por tu parada de Metro, vacía ya para siempre de ti.

He ido recordando momentos indefinidos en tu habitación, en la que ayer dormíamos como si nada pudiera pasar, ajenos al fin de nuestros días juntos, aun pensando que nuestra piel seguiría pegada, porque es nuestra, ni tuya ni mía; y en eso, se me cayeron un par de “te quiero”s.
Esos momentos de cuentos a oscuras compartiendo una almohada para uno, momentos de sudor entrelazado entre nuestros pechos y a viajes al sur de nuestras almas, momentos de noche congelada tras los cristales que no hacía los reyes de la noche santiaguina.

Y ya no estás, no estás para siempre. Aunque no es así del todo, estás aun en mi almohada, en mis sábanas, en mis dedos que aun te tocan, en mi nariz que aun te huele, mi piel que aun te saborea, mis oídos que aun te oyen reír y mis ojos que te ven llorar por mí.

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