sábado, mayo 05, 2018
Estoy en un parque al lado de la Universidad Complutense de Madrid, esperando a que Irene haga su primer examen - segundo intento - de su oposición. La escena es bonita, más allá de los impostados gritos un monitor deportivo que no ceja en su empeño de destruir mi paz interior. Suena de fondo música verbenera de lo que probablemente sea un evento para hacer deporte en el parque. Es estruendoso pero intento centrarme en el paisaje. Hay castaños, y pinos, y abetos y otros árboles de los que desconozco su nombre. También hay bancos de hierro forjado que me hacen pensar en otra época. Pero el animador de masas flácidas me devuelve a patadas a este irritante siglo XXI. Tengo tiempo y me apetece inventarme un personaje. Colocarlo a mi lado, ver cómo se siente y qué hace. Pero ya decían mis profesores de escritura que para una historia necesito un escenario, un personaje y una acción - el personaje quiere algo y se encuentra barreras para conseguirlo. Lo primero que viene a mi cabeza es poner a un chico de treinta y tantos, pero se parece demasiado a mí. No quiero que sea otra fantasía biográfica. Una chica de mi edad? Vaya por dios! En el iPad no hay símbolo de interrogación inicial. Bueno, sobreviviremos. Voy a coger a la primera persona que pase. La verdad es que no pasa nadie pero, a lo lejos, veo una señora de unos 50 años paseando a su perro. Me sirve. Se sienta a mi lado. El perro se sienta dócilmente a su derecha y me mira, como si esperara una explicación de porqué su paseo se ha visto interrumpido. - Usted, qué quiere en la vida? - le preguntó a la mujer - Que pare… - arquea los labios en una fugaz sonrisa - esta música infernal. - Que casualidad! Estaba pensando en lo mismo. Pero me refería a un nivel un poco más general. - Ya suponía, pues... - Disculpe que le interrumpa. Soy un mal educado. No le he preguntado el nombre. - Marisa. - Como Marisa Montes? - Sí, supongo. - Tampoco he dicho mucho de usted a los que nos observan a través de las palabras. La describiría yo, pero quizá tiene más sentido que lo haga usted . Cuando Marisa va a empezar a hablar, pasa un señor jalando a un perro obsesionado en miccionar en una fuente, lo que parece estar en contra de la premura que su dueño tiene. “Lucas!, Lucas!, vamos!” El can estira con fuerza y se sale con la suya. Mientras una versión tecno-verbenera de “Eye of the tiger” atrona el parque. El monitor deportivo ha sido sustituido por una homóloga y la voz femenina aporta un nuevo rango de agudos al monstruoso sonido. Marisa cabecea como si hubiese perdido el hilo de algo que aún no había comenzado a contar. - Me parece absurdo que la gente ponga a sus perros nombres de personas. - Ya, es raro. - Pero me estabas preguntando por mí, ¿no? - sin esperar a que yo responda, comienza - pues como te he dicho me llamo Marisa y tengo 58 años. - Sí, eso lo sabía - le interrumpo - Ventajas de ser narrador omnisciente. - Supongo. Bueno, trabajo como enfermera en la clínica de la doctora Muñoz Molina, una excelente nefróloga. Pero me gustaría jubilarme en un par de años. Ya son muchos años. Fíjate que tuve que empezar de enfermera en la guerra civil, no por formación, si no por necesidad. - No puede ser. Si tiene 58 años, nació en el 60. - Es cierto, supongo que eres más mayor de lo que crees. - Supongo, toda la gente mayor me parece de la guerra civil. - Bueno, pues ya te inventas tú algo para mis inicios, que ahora no se me ocurre. - Vale, ya pienso luego en algo. Enfermera en los 80 en Londres? - Me parece bien - lo dice sin mucho convencimiento pero parece que le da bastante igual - Por dónde iba? Ah sí, que me quería jubilar. Es que mi marido, Julián, trabaja en un banco y lo prejubilaron hace un año. Queremos dar la vuelta al mundo y, claro, ya tengo ganas. - Bueno, eso podría responder a la pregunta de que quieres. Ya tengo un personaje, un escenario y un deseo. Que te impide conseguirlo? - Nada, bueno, que me quedan unos años antes de jubilarme y no quiero perder dinero de la jubilación. Luego nunca se sabe. En los últimos minutos se ha animado la cosa y ya hay bastante gente paseando. Unos chicos pasean otro perro, a mis ojos, idéntico a Lucas, al que le gritan intermitentemente “Bruno!” para que vaya avanzando. Marisa tiene razón. Me quedo pensativo, intentando ver como lo de no tener una jubilación adecuada puede ser motor suficiente para una historia. Mientras Marisa se vuelve hacia su perro y le acaricia la cabeza. Éste parece complacido y entrecierra los ojos. No tengo ni idea de como hacer una historia con Marisa. Vencer al estado en plan Daniel Blake? Un robo y huida? Se puede retorcer el asunto y virarlo hacia una enfermedad o unos hijos odiosos. Pero se le ve bastante bien de salud y creo que sus dos hijos están felizmente casados y suelen comer con sus padres un par de domingos al mes. Uno de ellos, el mayor, está separado y vuelto a casar. Pero hoy en día eso es bastante habitual. - ¡Hola Julián! - exclama Marisa No me había dado cuenta que un hombre que paseaba por el parque se había parado detrás de mí. Es Julián, el marido de Marisa. Lleva una sariana azul y suele caminar con las manos cogidas por detrás de la espalda. Su pelo cano se asomaba bajo una gorra de estas que están tan de moda entre la gente mayor con una visera corta unida a la tela superior. - La verdad es que esto no me lo esperaba - le digo - ¿qué haces tú por aquí? - Vivimos muy cerca, por Príncipe Pío, y he pensado en acercarme a conocerte. Marisa me ha hablado mucho de ti. - Espero que bien - le digo mientras pienso que menuda tontería acabo de decir. - Sí. Me ha dicho que te gusta escribir historias. - Sí bueno, lo intento. Pero es por hobby, realmente trabajo en un banco. - Como yo! Bueno antes, ya no trabajo en ningún banco. - Sí, me lo ha contado. - Te has dado cuenta de cuantos síes has utilizado en las últimas líneas? - Sí... mierda... afirmativo? Es que me sonaba natural. También “buenos” y “supongos”, creo que es como hablo yo. - Ya. Bueno, no pasa nada. Tampoco va a leer esto nadie. - Quizá Irene... - Quizá. Julián mira a Marisa que está absorta viendo a la gente pasar y le hace un ademán para irse. Marisa afirma. - Nos vamos a ir, que nuestros hijos llegan en un rato a casa - me dice Marisa - ¿quieres comer con nosotros? - Os lo agradezco pero tengo que esperar a Irene. Además me duele ya la espalda de estos bancos. Creo que voy a ir a matar a los del spinning. Eso o me uno. - De acuerdo. Que vaya bien el día y tu búsqueda de historias. - Igualmente! Mierda, pienso para mi. Ellos no buscan historias. Esto es como cuando alguien te dice “buen viaje” y sin pensarlo contestas “igualmente “ y te sientes idiota. Bueno, supongo que no en todas las historias hay tensión. O quizá esto no sea una historia. Seguiré buscando. Bueno, supongo, bueno, supongo… *Me acerqué al evento, que estaba lejísimos. Cerca el sonido era aun más ensordecedor. Era un evento deportivo de aerobic a favor de la gente con ELA. Me sentí fatal. Pero la música seguía siendo horrenda.
|