martes, junio 09, 2020
Postre o café
Los
hitos y los carteles de desvío se sucedían en una carretera
interminable. Un cielo plomizo, un paisaje invariable y una cadena de
radio que ponía las mismas canciones desde hacía 20
años: la radio formula de la nostalgia perpetua. Rodrigo, con la mirada
cansada
sobre la carretera, tarareaba algunas de las canciones de la radio.
Laura miraba al horizonte, plegada sobre sí misma todo lo que le dejaba
el
cinturón de seguridad.
—¿A qué hora es el funeral?
—
preguntó Rodrigo.
—A las cinco y media.
—Llegamos bien, podemos parar a comer con tranquilidad.
—No quiero apurar, comamos pasado Zaragoza, por favor.
Rodrigo asintió con la cabeza. Laura entrecerró los ojos como si pudiese así ver un paisaje distinto. Un pueblo. Un
polígono industrial. Campos. Otro pueblo. Un enorme silo de cereales. Más
campos. La nada. De vez en cuando, pasaba su dedo índice derecho por el dorso de su mano
izquierda, una caricia que tenía más de hábito nervioso que de relajante.
—Deberíamos haber cogido el AVE
—
musitó Laura.
Rodrigo chasqueó la lengua.
—Era muy caro. Con tan poca antelación, merece la pena coger el
coche.
Laura no contestó. Cambió la radio sin preguntar.
Radio 5, todo noticias. Era igual de anodino pero por lo menos las noticias
eran nuevas.
Pasaron Zaragoza y tras unos pocos kilómetros pararon en un
restaurante de carretera cualquiera. En el aparcamiento, una pizarra envejecida
rezaba el menú del día. De primero: sopa de alcachofas, guisantes con Jamón,
espaguetis con tomate o ensalada. De segundo: pechuga a la plancha, filete a la
plancha, calamares, bacalao a la vizcaína o paella. Café o postre. O.
Entraron. Se sentaron. Pidieron.
—¿Has hablado con tu madre? ¿Cómo está? - Rodrigo acercó su mano
hacia la de Laura
—Asumiéndolo, digiriéndolo. Como todos. Está bien. Mi hermano ha
estado con ella desde las 10 de la mañana en el tanatorio.
—Bien, en unas horas estamos con ellos. ¿La idea es quedarse hasta
el Lunes?
—Yo me voy a quedar. Tú lo que quieras. Me puedo volver en AVE.
—Ya, pero ¿tú qué prefieres?
—Lo que tú veas
—
sentenció Laura y resopló
—
¿Cuándo van a traer la comida?
Tardaban en servir los platos. Rodrigo se distraía con el móvil. Laura, visiblemente nerviosa, no dejaba de mirar su
reloj de pulsera. 14:23. 14:23. 14:24. Se
levantó de la mesa y se acercó a unas estanterías en las que exponían productos típicos de
la zona: embutidos, quesos, algunos dulces, unas navajas con el nombre del
pueblo más cercano grabado...
Se acercó a unos pequeños azulejos de
dibujos espantosos y frases pueriles. “Para el mundo tú eres alguien, pero para
alguien tú eres el mundo” con un dibujo de dos monigotes con cabezas pintadas
como un globo terráqueo. “Los amigos de verdad los verás en los malos momentos”
y un monigote triste rodeado de otros monigotes que le abrazan y lejos de otros
monigotes que ignoran la escena principal. “Eres lo que comes. No seas rápido,
barato y fácil” había un monigote que parecía medio borracho quitándose el pantalón.
Había un azulejo medio oculto, que no parecía ser parte de la misma
colección. También eran de monigotes horribles pero la caligrafía era
ligeramente diferente. “Siempre te querré, desde Bilbao hasta Jerez”, un coche
con forma de corazón sobrevolaba un mapa de España con una línea que unía el
norte con el sur. Más bien de Oviedo a Málaga. Sacó el azulejo de su soporte y
deslizó los dedos sobre la superficie vitrificada. El tacto le producía dentera.
De repente, la voz de un hombre emergió de la barra que estaba al otro lado de
la sala “¿Quiere algo, señora?”
—Que nos sirvan ya
—dijo con un enfado poco contenido.
—Enseguida está
—musitó el camarero-
En efecto, enseguida llegaron los platos.
Pero no los primeros, sino todos. Los primeros y los segundos, todos a la vez.
Dos ensaladas. Una filete para Rodrigo. Y un arroz con una mezcla
indistinguible de verduras y embutidos para Laura.
Empezaron a comer de forma desordenada. Los
golpes rápidos sobre los platos parecían estocadas cuyo tintineo daba un aire familiar y tranquilo a la situación.
—¿Me das un poco de paella?
— Si querías, ¿por qué no lo has pedido?
—Bueno, me apetecía filete, pero la paella tiene buena pinta. Por
probar de todo.
—Sí, suele pasar, ¿no?
Rodrigo,
visiblemente sorprendido, calló y
bajó la mirada al plato. Llegaron los postres, que no habían pedido. No
tenían
ningunas ganas de discutir con el camarero, así que no rechistaron.
Rodrigo comía con rapidez su flan enterrado en nata y sirope de
chocolate. Laura solo
se comió un poco de la nata y fue aplastando el flan con la cucharilla
mientras esperaba a Rodrigo. Conforme éste se tragó la última cucharada,
Laura saltó hacia la barra con
el monedero en la mano.
Oyó de lejos a Rodrigo: “¿Y café?”. “Postre
o café - subrayó Laura - O café”.
Tras la mediocre experiencia gastronómica,
retomaron la carretera. Volvieron a su estado anterior. Uno distraído y la otra
ausente. Se sucedían los kilómetros, los pueblos y los polígonos. Un WhatsApp
sacó a Laura de su ensimismamiento. Es su hermano “¿Por dónde vais?”. Laura:
“Nos quedan un par de horas”. Su hermano: “Un poco justo, ¿no?”. Laura envía
una cara triste.
Había pasado poco más de una hora cuando
Rodrigo se giró hacia Laura y le puso la mano sobre la rodilla.
—Laura, tenemos que parar a poner gasolina. No creo que lleguemos. Serán solo cinco minutos.
No contestaba. Tampoco le quita la
mano de la rodilla.
—Laura, ¿me has escuchado?
Asintió con la cabeza. —
Todo por no coger el AVE
—
dijo entre dientes, como si se le
escapara.
Él estalló.
—¡Ya está bien! ¿qué te pasa?
—Nada. No me pasa nada.
Rodrigo tardó unos segundos en reubicarse. Bajó
el tono. —
¿Quieres que volvamos a hablar del tema?
—No, no quiero volver a hablar del tema.
El silencio se hizo denso y, a los minutos,
apareció un cartel de estación de servicio. Laura lo señaló.
—Para.
—No, vamos a ver si llegamos sin repostar.
—Que pares.
—Que no hace falta.
—¡Que pares!
Las palabras de Laura sonaron como un gemido
roto. Quedaban 2 kilómetros hasta la estación de servicio y fueron los minutos
más largos y angustiosos que ninguno había sentido. Pararon. Al llegar al
surtidor, Laura salió del coche.
—Me quedo aquí. Vuélvete a Madrid. Yo llamo a un taxi.
—¿Qué dices?
—Que te vayas, Rodrigo.
—No tiene sentido. Lo hablamos, Laura.
Ella calló y se alejó a unos metros de los
surtidores.
Rodrigo acabó de repostar y se acercó a
pagar. Cuando salió Laura estaba al teléfono pidiendo un taxi. Rodrigo se metió
en el coche y arrancó bruscamente. Laura, rompió a llorar. Pensaba que no se
iría. Se equivocaba otra vez.
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