Días sin horas

martes, febrero 24, 2004
 
Fantasía vírica

Esta mañana me he levantado con un terrible dolor de cabeza. Es un dolor de cabeza característico de los periodos previos a los catarros, pero realmente no estás tan mal una vez te duchas y desayunas. Pero es ese momento en el que abres los ojos y simultáneamente cae sobre tus sienes dos mazas de hierro mazizo. Aunque no sé si es mejor el momento de ponerte en pie, y sentir que los pies no responden a las órdenes cerebrales de: "Mantén el equilibrio, procurad una situación vertical". Vas caminando restregándote por las paredes hasta que llegas a la ducha, y bajo el chorro de agua caliente se van despertando el par de neuronas que tienes activas a esas horas.
Con una pseudo-jaqueca he llegado a mi puesto de trabajo, la jornada laboral ha pasado como una exhalación. Cuando cogía el coche de vuelta a casa no podía recordad con claridad lo que había hecho durante mi estancia en la oficina. Bueno en el fondo daba igual, ahora solo pensaba en llegar a casa, comer y descansar un rato.
He comido rápido y mal ( para variar ) y me he dormido una larga y profunda siesta. Esto último me ha sentado como si hubiesen pasado por encima mio una manada de cuatrocientos elefantes. Me he levantado con un dolor de cabeza de los que hacen época, de estos que si zarandeas un poco la cabeza sientes como el cerebro se desplaza de uno al otro costado de la cavidad craneal. Este dolor de cabeza venía acompañado con un agradabilísimo conjunto de contracciones musculares por todo el cuerpo. Haciendo de tripas corazón he llegado a la cocina, me he preparado un Algidol y me he vuelto a la cama, donde he pasado el resto de la tarde dormitando.
A la hora de cenar me he levantado a tomar un bocado. Un sandwich de jamón york y queso y a escribir un rato.
Me vuelvo a la cama, a amanecer a las 11, y quedarme en casa todo el día.



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