Días sin horas

sábado, febrero 21, 2004
 
Sábado

Hoy, Sábado, me he levantado a las 10. No suelo hacerlo, normalmente me quedo enredado entre mis sábanas y entre sueños de día; cuando despunta el mediodía mis músculos ya atrofiados me piden que me levante.
No, hoy no ha sido así. Me he levantado con inusual frescura, he mirado el reloj y marcaba las 10. He decidido que ya que mucha gente le gustaba madrugar, por qué no iba a probarlo yo un día. Me he duchado, me he vestido, he arreglado mínimamente mi habitáculo y he desayunado.
Ya eran las 11. Me suponía un dilema, ¿ qué hago?. Normalmente los sábados después de hacer los ritos usuales de higíene y ablución, quedaba relativamente poco para la hora de comer y me entretenía en prepararme algo más que la tortilla o la carne a la plancha o cualquier otro plato del que tanto abusaba entre semana.
He aprovechado que la mañana era nublada e invitaba a un pseudointeltualismo, para sentarme en un sillón que he orientado hacia la ventana y he cogido el libro que me estoy leyendo estos dias. Cada cierto número de paginas, indeterminado y aleatorio, miraba por la ventana y me imaginaba a mi ,ya mitificada, aparición de la oficina. Uno de los personajes del libro me recordaba demasiado a ella, bueno tal vez sería yo el que adaptaba el personaje a mi imaginación y era ella. La del libro era más desgarbada, a mi idolatrada desconocida me la imagiaba muy a menudo con unos pantalones vaqueros, un jersey de cuello alto que resaltaba su corte de pelo a lo Grace Kelly. Le daban cierto toque de sofisticación pero lejos de esa posible visión sobrecargada. No, ella era como un ángel minimalista.
Tenía ganas de volver a verla, para desmitificarla o para... para decirle algo, ya estaba decidido.
Acaba la mañana, y una suave llovizna me ha acompañado a la hora de comer. He aprovechado la tranquilidad de la sobremesa para escribir algo.



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