No mueres
Sigo tallando tu nombre en los troncos de los árboles caídos.
Sigo respirando tu perfume de jazmín, que nunca respiré.
Sigo arrastrándome por los lodazales de los bosques, que tu luz nunca iluminó.
Sigo muriendo cada noche a las 3 de la mañana, aunque ya no hay beso de despedida.
Tus notas siguen resonando en mi cabeza, eco infinito de angustia y soledad. No cesa la música, ya no me deja pensar con serenidad, vuelven a incendiarse las cenizas de tu tumba. Reflorecen las rosas negras de tu lápida, recordándome que nunca podrás morir porque jamás estuviste viva. Ya no hay razón ni conciencia que sirva para acallar el rugido de tu recuerdo. ¿ Por qué no alivias mi dolor? Mátame o dime que morirías por mi. Ya no me sirven términos medios. Ya no lloro, porque se secó mi mundo, solo queda un desierto de arena negra. La lágrima, que de tus mejillas añoro para enjugártela con mis labios, ya no la veo. Ya no está, algo me dice que sí, pero es la vana esperanza de no perder la ilusión, de no querer apagar la vela que dejaste encendida. Para enterrar tu piano debería deshacerme de mis oídos, de mi corazón, de mi alma,... porque cada una de las notas de tu recuerdo se han grabado en mi piel. Tus ojos están dibujados en mis párpados, y tu cara languidece en mi habitación de madrugada.
Baila la llama al ritmo de mi desquicio.