Días sin horas

martes, julio 25, 2006
 

Ay niña mía, que te has vuelto agua. Agua de vida, agua de jazmín, agua de lavanda. Agua fresca. Agua de invierno, otoño, primavera y verano; pero sobre todo de verano.

Verano condensado en aroma de media tarde, en sol rojo de las ocho, en casas blancas de cualquier pueblo, que vuelve a mi mente como infancia en imágenes.

Y tus alas, bailando en su propia brisa, convertidas en hojas de abanico rojo. Abanico de escamas de colores, de escamas rojas de tu atardecer, en contraste con tu piel morena, piel con sabor a canela y limón, y ojos de menta. Menta fresca, menta agua, agua fresca.

Y en tus labios se encarna mi deseo. Deseo de morder los labios de cereza, en busca del hueso que me haga morder con tanto cuidado que sea una caricia más que mordisco lo que choque contra la pulpa.

¿Cuántas veces puede amanecer en un día?
Tantos recuerdos de tus manos haciendo gestos en el aire, figuras que no significan nada, pero que mis ojos entienden como reciprocidad. Ligando con hilos invisibles las palmas de mis manos y tu cuello. Llenando tu pelo de caricias de mi nariz.

Aparece ya el sol carmesí recubriendo el cielo de estrellas inventadas.

Comments:
Si la mitad de la gente quisiera la mitad de la mitad de lo que tu quieres querer la otra mitad de la gente que no quiere querer querría.
 
Demasiado "libidinoso" en el querer, en los sueños y en el idealismo pareces ser. Te deseo mucha suerte en tus encuentros y que no encuentres saciador/a de ilusiones que provoque un paro en tus anhelos. Un saludo.
 
Publicar un comentario


Sigueme por RSS