Y aun ando ebrio de besos. Perdido entre su cuello y sus pómulos. Como todos los cuentos y textos venidos al alma, haciendo restallar los latidos.
Quedarse sin palabras. Buscar las palabras. Resignarse.
Intentar anclar sus costillas a las mías, buscando el inocuo deseo constantemente, paladeando sus besos y plegándome en los abrazos.
Sintiendo el cielo como una gran pantalla de cine, inmensa y delirante. Contando estrellas fugaces y guardándolas para pedir deseos más adelante. ¿Va de deseos? Puede, va de deseos.
Y deslizar mis dedos para recorrer todos sus contornos, y acordarme de ellos, y recrearlos y sentirlos cuando al acercar mis manos a la cara, para acomodar el sueño, sienta su olor entre los dedos, intenso y descontrolado.
Enhebrando el tiempo a nuestro gusto, y haciendo de los atardeceres nuestro refugio, que no haya nada más. Que sólo exista yo meciendo su cara mirando al cielo, sus ojos mirándome a mi, y mis ojos intentando ver qué es lo que ven sus ojos.
Y de nuevo me pierdo entre su cuello y sus pómulos, incontrolable la gravedad de acercarme a su piel, de sentirla con la mía y de deslizar mis labios sobre toda ella, para sentirla y saberla. Ella que huye de noche por las estrellas, para ponerles nombre y hacerlas titilar. ¿ Sabes no se dice tililar, se dice titilar? Sí, yo también lo pensaba.