Cuando caían los postigos de la noche para abrazar al sol, quedó en el aire la esencia de que no había mucho más que hacer. No me gusta esa esencia, huele a naftalina, a abrigo enterrado muchos veranos atrás. La confusión de lo perdido en el espacio o en el tiempo, si es que pueden ser cosas distintas. Una huida a lomos de la inspiración que trajo la no-palabra, cerrojazo a la luna y empezar a cerrar los ojos antes de dormir.
Dulce ebriedad la de la gota de sangre sobre el labio ajeno, seca antes de poder ver una mirada.
Naftalina, no hay mucho más que hacer.