Si decides compartir la almohada caes en el inevitable aislamiento del mundo, contra el que eres capaz de conspirar en ese pequeño espacio de privacidad en el que parece que hay una tendencia a contar secretos para interesar y para que el otro siga escuchándote. Secreto, una palabra que debería ser una adjetivo más que un sustantivo, un secreto es cualquier cosa que se omite, no es algo en concreto, sólo una característica, que muy probablemente deje de serlo. Cuando dices "no lo cuentes, es un secreto", ya estás violando su propia naturaleza. Y en esa almohada que empapa los sudores de sueños y pesadillas conjuntas y adjuntas, van cayendo los secretos que nos encadenaran por haberlos contado, por la precipitada cascada de palabras, cuando quieres tanto que ya no sabes que más decir. Y, bien se sabe, que eso no muere en la almohada, porque hay más almohadas para tí y para quien te escucha, con la que compartirse los secretos, ya desvirtuados de su adjetividad.