Eran las 6, de la tarde en su concepción de vida anterior, ahora de la noche. Había acabado el primer día de trabajo y esperaba en la parada de tranvía, de Cornavin, el que le llevara hasta Plainpalais. Acababa de bajar del tren que venía del aeropuerto al centro de la ciudad, era rápido, cinco minutos, primer mundo, tren de dos pisos.
Iba con el tweed marron y los pantalones grises, pero no se veía el tweed bajo la chaqueta marrón ante que le protegía de los 10 grados otoñales. Sólo la corbata sobresalía un poco. Se imaginaba cómo se vería desde fuera. Debía estar guapo, trajeado, mayor.
Miraba alrededor y se veía en una ciudad ajena hecha propia, en la que se desarrollaban las vidas de las películas. Una ciudad con cosas por descubrir, como si las ciudades pudieran albergar tantos sueños y, además, que se hicieran realidad.
Llegó el 15 Palettes.