Estaba medio hundido en el sofá del piso de mis abuelos, mirando a mi abuela cómo hablaba. Se me quedó mirando y me dijo "qué guapo que estás, ¿cómo te llamabas tú?". Le conteste con una sonrisa cercana. Ella siguió hablando, comentaba que había venido su madre y su abuela hacía dos o tres días a decirle algo; mi madre le decía con suavidad que ya habían muerto, pero mi abuela decía que "ellas dicen que no". Que ella, mi abuela, no era tan mayor; ¿cuántos años tenía?, sesenta, como mucho sesenta y cinco, a veces le decía que parecía que tuviese 49. Mi madre le decía que tenía ya casi 80, pero no le convencía, "no puedo ser tan mayor decía". Todo ello entre risas.
Ella se sonreía mientras nadaba en una realidad mezclada de tiempos y lugares, en los que los límites y fronteras se han disuelto y los recuerdos han ido saltando de años, recolocando toda una vida a merced de qué sé yo orden de la naturaleza degenerativa.