Se hace extraño el ir por la calle escuchando una música que tantas veces te ha transportado a un paisaje que ahora ves con tus ojos, y la música por ello no deja de transportarte sino que te funde con todo lo que te ropéa. Las crêperies, el olor a chocolate caliente en el aire, el frío que acaricia las mejillas y tienta a los ojos a derramar lágrimas sin tristeza.
¿Cúanto puede durar esta sensación? ¿Dónde estoy? Tengo el alma descompuesta esparcida por paises y por momentos, incapaz de concetrar todo mi yo en el aquí y el ahora. Los edificios afrancesados con techos negros casi en vertical con ventanas donde parece asomar la niña sin Dios, enrejados en verde sobre las ventanas sin cortinas que alumbran las tardes oscuras a las cinco de la tarde.