El cielo hendido por las miles de lanzas que deformaban el horizonte y la nube de polvo avinagrada, daban el color al sonido de los tambores retumbando. La muerte en forma de ejercito, de personas armadas, de traquetéo metálico de armaduras temblando.
Ya empiezan a llover las flechas, que deshilachan los tejados, que marginan la luz del sol. El cielo se motea y crujen los pechos partidos, dejando al silencio silbado de las flechas un espacio que nunca había existido, ni de hecho existe, sólo la rotura conjunta de tantas almas desconcha el espectro de los sonidos.
Después ya sólo hay polvo y recuerdo bermejo. La extrema unción en sangre negra. Tres suspiros y una expiración.