Días sin horas

domingo, enero 06, 2008
 
Si fue al empezar a hablarte de lo que leía en tus ojos no lo sé; quizá fue entonces, o quizá fue cuando jugábamos a hacernos dibujos en el lado anterior de la muñeca en aquel bar, que me di cuenta de que no había en mis gestos una necesidad de cariño más allá de los besos que impactaban en mis labios. No tenía nada que ver con la inconsciente pasión del beso del primer día cruzado con versos de Neruda. Eran ahora mis versos sin rima que iban deshaciendo tus sentidos en un revoltijo de preguntas que pretendían deslavazar la membrana que protege a tu alma del mundo.
No sé por qué lo hacía. Yo que siempre he evitado las repeticiones de besos. No es enamoramiento, porque no te echo de menos cuando no estás conmigo, y pocas veces pienso en ti. Es quizá dulce seguridad de que tus piernas me esperan.
Es el saber que cuando empezamos a besarnos vamos a acabar deshaciendo tus sábanas o manchando las mías, que voy a poder recorrer la suavidad de tu piel en los cambios de relieve de tu pecho a tus muslos y que te va a gustar y vas a sonreír fingiendo que es algo de niños. No, no es amor, no es nada de eso que otras veces me lanzaba el corazón a la garganta. Son tus besos que recorren mi cuello, que me hacen sentir protegido y deseado. Son gemidos, sudores o mordiscos, que pierden el sentido de necesidad inmediata, para ser parte de un cuento sin palabras, sólo con gestos.
O quizá sea que aceptas que no me gusten los títulos, que no quiero que seas mi nada, ni yo ser tu nada. Que sólo quiero el cobijo de tus brazos, y quiero que nadie hable de la casa de la que salgo cuando me levanto en tu cama.

Comments:
Benditas sean las aves de paso.
 
No s�... a veces duelen demasiado.
 
Publicar un comentario


Sigueme por RSS