Días sin horas

lunes, septiembre 08, 2008
 
No sé en qué momento aprendí a compartir el reinado del mundo que ejerzo desde mi almohada. Cuándo dejé de cortar y pegar corazones en mis paredes, rellenándolos de ilusiones diabéticas de tanto azúcar. Se difumina el momento, no sé si fue cuando llego su abordaje a mi cama, en el momento que ya no podía empezar a escribir sobre camas con pliegues vacíos, de almohadas incompletas. En algún momento empezé a encontrarle el gusto a que alguien amaneciera conmigo, y más que alguien, ella. Descubrí cómo me perdía el mirar su culo respingón paseando en bragas por la habitación, y me desbordaba el pensar que esa gracia y alegría se dormía entre mis brazos.

Nada es como escribí tanto tiempo atrás, nada de cuentos y rayos de luna. Sol, hombros desnudos; sábanas húmedas, muslos desnudos; besos y más que besos.

Aprendí en algún momento que me puedo enfadar mientras que la deseo, que las princesas disfrazadas de hippies también pueden sacar de quicio, que en su mano encuentro el refugio para todo mi cuerpo.



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