Días sin horas

martes, abril 28, 2009
 
(supercontento, un cuento mío ha sido publicado en un libro de cuentos en Argentina)

Subia el aire por las escaleras, formando pequeños remolinos de arena en cada uno de los escalones de piedra. Solía sentarse en los bancos de la plaza y mirar la enorme escalinata que subía hasta la iglesia. Miraba las caras de las personas imaginando quiénes serían, si se los habría cruzado ya alguna vez o se los volvería a cruzar, quizá algunos de ellos sería un amigo en el futuro, o un enemigo, un amor o un desamor.
Aquella tarde olía a chocolate caliente y croissants recién hechos de la pastelería que le quedaba a sus espaldas y repartía las meriendas de domingo por la tarde. Las hojas secas jugaban a pillar por el suelo, el viento soplaba suave. Se imaginaba que lo que veía pasaba en blanco y negro, que sonaba "there is an end", sentía a Godard poniendo y quitando personajes. Se cubrían las cabezas de sombreros de ala corta, los cuerpos de trajes y corbatas, y blusas y camisas.
Por el borde de la derecha de su pantalla se acercaba un chico, y se sentó a su lado. Lo miró fijamente, desde luego no era Jean Paul Belmondo, pero tampoco importaba demasiado. Le sonrió, le aguantaba la mirada.
- ¿Eres el hombre de mi vida?
- Me temo que no... - dijo él moviento la cabeza suavemente.
- Disculpa, te habré confundido.

Ella volvió su mirada hacia el frente, a la gente que seguía pasando.

Él la seguía mirando.
- ¿Qué haces tanto tiempo mirando por lo menos media hora la plaza?
- Eso quiere decir que por lo menos me has estado mirando media hora.
- O que te he mirado una vez y la siguiente vez, media hora después, seguías haciendo lo mismo, y he deducido.
- Estoy grabando una película.
- Vaya... ¿puedo salir?
- Demasiado tarde. Ya no puedes no salir.



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