Días sin horas

viernes, mayo 08, 2009
 
(I)

Solía caminar por el paseo del malecón en las tardes de verano cuando el sol se sumergía en el mar incendiando el cielo y apagando el mar. Por supuesto que no era la única, ni la más guapa, pero era aquella manera de caminar, de contonear las cadenas. Ese movimiento que volvía a mi cabeza cuando por las noches iba al bar "la muralla" y escuchaba a Leo y Chacao tocando con la tristeza que arrastra los vapores del alcohol y la sal que flota en el aire.

Me enteré de cómo se llamaba una tarde que ella pasaba, y Marta, mi vecina cincuentona que dedica sus días a ver a la gente pasar desde su balcón o en su defecto desde el portal cuando se junta con el resto de las vecinas

- Eduardo, ¿ha visto usted a esa muchacha? Le llaman Perséfone, aunque se llama Candela, quedó huerfana de bien chica, vivió en la calle muchos años, pero un buen hombre se apiadó de ella y se casó con ella. No duró mucho, el marido murió. Apareció con una cuchilla clavada en la garganta. Ella tenía una buena cohartada, una amiga suya de Puerto Mont dijo que estaba con ella. Pero todo el mundo sabe que fue ella. Él era un buen hombre nadie la habría hecho eso. Sólo ella, quería quedarse con la plata. Pero el Señor es justo, y uno de los hijos del hombre lo reclamó todo, así que ella volvió a la calle. Ahora hace la calle,... ya sabe..., lo de la profesión más antigua del mundo.
- Sí, sí, ya sé lo que es. Pero quién le ha contado eso.
- La tía Laura, que era vecina del hombre, lo sé de buena tinta. No ponga esa cara de incrédulo. Es que ustedes, los gallegos, son muy confiados.
- Tía Marta, que no soy gallego, que Galicia es sólo una zona de España.
- Usted ya me entiende...
- Perséfone, la reina del Inframundo,... pobre chica.
- ¿Pobre chica? Quizá no sean más que rumores, pero cuando el río suena...
- Ya, tía,...



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