Días sin horas

martes, mayo 05, 2009
 
No se lo acababa de creer, después de tanto tiempo, por fin, la tenía al otro lado de la mesa. Entrelazaban frases sin demasiado sentido mientras se buscaban con los pies, y cuando se encontraban con la mirada, la aguantaban hasta que brotaba una sonrisa adolescente de cada uno y se rehuían un segundo para librarse de la tensión.

Él pensaba: “te he estado esperando muchos años, ahora ya no sé qué esperar.” Durante ese tiempo había quemado todos los libros de princesas, de rayos de luna, de ligeias y de lucrecias. Ahora había perdido todo lo que sabía que a ella le había gustado. Se sentía vulnerable e inseguro, e incapaz de decirle que había quemado todos esos libros porque le acabaron desgarrando las entrañas entre tanto sueño de volver a verla.
Sin embargo ahora resurgía con tibieza esa sensación, como el ascua que se mantiene viva entre los troncos a consumidos. Y ese ascua le estaba arrasando el pecho.

Sé todo eso porqué el era yo, y ella, sigue siendo ella. Era yo el que trepaba con mis dedos la mesa buscando su mano, para un roce no buscado, que hilvanara nuestros dedos indefinidamente. Pero no sucedió.

La conversación seguía pero yo quería otra oportunidad de coger su mano, de sentirla más cerca, de buscar su piel cenicienta, de encontrarme un beso bajo una farola de madrugada urbana.

Caminamos por el centro. Hacía frío y las calles tenían ese olor que acompaña al frío húmedo, un olor que siempre me ha recordado a la madera ardiendo de una chimenea. Yo iba con la cabeza hundida en mi chaqueta, con guantes en las manos, y éstas en los bolsillos. Sí, me di cuenta luego, y sólo luego, que así jamás conseguiría tocarla. Caminamos. Hablamos. Reímos. Nos quedamos sin palabras. Y así la brasa se se fue apagando, y Cenicienta también. Así que la acompañé a casa. Un beso en la mejilla y un abrazo, que yo quería que durara más, como si así pudiera controlar la situación y saber si nos besaríamos o no. No me brindó sus labios. Aunque, sinceramente, yo tampoco supe buscarlos, llevaba torpe toda la noche. - Nos veremos - y desapareció por su puerta.

Volví a casa y me senté en la copa de los árboles que hay enfrente de mi ventana. Dejé que volara un rato mi alma, que le acariciara un poco la luna, y que pensara que ella había pasado de ser el cielo a ser el aire que respiraba. La guardé antes de que se emborrachara de ilusión. Pero fue en vano, mi alma me dio una noche toledana, y cuando la almohada atrapó mi cabeza, se fue a visitarla.

Comments:
Hola... Me acordé del 5 de Mayo, y pasé por aquí, de nuevo....
 
como siempre, se agradece el frescor del alba...
encontraste algo diferente en este 5 de Mayo que sabe ya a verano?
 
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