Días sin horas

domingo, junio 21, 2009
 
Cuando tienes 8, 9, 10, 11, 12... supongo que hasta 13, la frontera es un poco borrosa. Hasta entonces, las cosas más motivantes solían tener que ver con una lagartija gigante, una araña siendo despedazada, transportada y posteriormente degustada por un elenco infinito de hormigas; las discusiones se movían dentro del ámbito de quién ganaría si Batman o Superman, de que si vas en un coche a 200 km/h te quedas o no pegado al asiento. O buen día, o quizá no y es algo que se va gestando de forma imperceptible, las chicas lo inundaron todo. Las discusiones ya no eran interesantes si no hablabas de quién te gustaba o quién te parecía guapa, lo guardábamos como secreto y esperábamos a tener un momento individual con cada uno de nuestros amigos para poder contárselo.
Ya no eran divertidos los bichos, ni jugar a la pelota, ni ir a buscar un arroyo al que lanzar piedras; entonces queríamos buscar a las chicas, ir a los centros comerciales a cruzar miradas y sonrisas que nos acobardában a nosotros mucho más que a ellas. Lo veranos se convirtieron en una locura febril de bikinis, de piel desnuda, de chicas que sabían demasiado bien que las mirábamos. Ellas habían crecido más que nosotros en algún momento, y sabían más de esto. De por qué se ponían faldas cortas, de porque se ponían escote, de por qué se arreglaban tanto para salir a la calle. Ya no valía jugar y ensuciarse por la calle, ya no querían jugar a pillar.

Nosotros sabíamos que las queríamos pero no sabíamos muy bien para qué. Si acaso para esos besos que veíamos en las películas, como James Bond. Pero nada más allá, nada cercano a esas escenas que tanto reparo nos generában, en la que la cámara se perdía entre las sábanas y sin venir a cuento aparecía una botella de champán explotando en blanca espuma, e inmediatamente era de día y estában los dos protagonistas desnudos. Qué asco, pensábamos. Pero un beso, era algo diferente, ese gravedad que parecía que llevara a dos labios a colisionar inexorablemente. Sería con eso de los labios y los besos que empezamos a entender las canciones románticas, y nos hicimos víctimas del pop, y nos creímos los labios de fresa de Danza Invisible, el corazón de tiza de Radiofutura. Y empezamos a sentirnos miserables a la vez que profundamente llenos de esos sentimientos que nos hacían sentir únicos y centrales en nuestra propia vida.
Empezamos a leer poesía y Bécquer dibujaba la cara de nuestras chicas en la pared de nuestra habitación antes de irnos a dormir. A ellas les gustaba escuchar unos versos, a nosotros nos perturbaba lo que pudieran significar, la intensidad de sus consecuencias. Si bien es verdad que nos permitían acercarnos a ellas, a susurrarles antes de engañarles (o, más bien, de pensar que las engañábamos cuando en realidad, y desde la perspectiva de los años, lo sabían perfectamente) para darles un beso casi en los labios, en la comisura, como quien da un beso en una mejilla, sin lengua, sin manos, con los ojos temblando y con el corazón en la garganta.

Una caricia o un abrazo, sin ni siquiera un beso, sirvió para enamorarnos por primera vez, para estar pendiente del teléfono de casa, de su mirada en clase. Hasta que pasados unos días descubrimos que sus labios chocaban con los labios de otro, y probamos, así, el amargo sabor del despecho.

Pensábamos que con el tiempo las chicas y las relaciones se harían más sofisticadas, más intensas, menos crueles. Pero no es es así, al final, siguen siendo todas una copia de la primera, menos pura, menos inocente, mezclada. Hasta que ya no te desagrada tanto el sabor amargo, hasta tomas café. No tiemblas al pedir un beso, ni se te anuda el estómago cuando te lo dan. Ahora los besos son solo medios, para otras cosas, ya sea solo sexo, o una cena, o tardes de domingo en compañía, o un piso compartido, o dos hijos y un perro. Los besos de labios nuevos son más parecidos a la adrenalina de tirarte en paracaídas que a la intensidad de quien entiende que está firmando el probable despecho que acabará llegando más pronto o más tarde.

No es que sea un descreído del amor. Pero me siento estúpido pensando, como sigo pensando, que es una mujer la que me va a salvar, no sé muy bien de qué, pero me salvará; que será un punto de inflexión en mi vida, que mejorará mis días; que será lo que me haga sonreír todos los días. Como casi todas las cosas tiene más magia cuando no lo tienes, que cuando lo consigues.

Sin embargo, me siguen invadiendo extrañas sensaciones cuando escucho, la versión de UB40 de la empalagosa canción de Peter Frampton, Baby I love your way; y veo la cara de mi primer amor, que me tuvo en vela durante dos años, a la que jamás le di un beso ni similar, la que muy probablemente sabía que estaba colgadísimo por ella, A.S.
No puedo si no recordarlo con ternura, pero me sigo preguntando si no serán todas las relaciones que han venido y vendrán, copias de aquel idílio.

Comments:
excelente blog. Escribes muy bien. Se nota que llevas tiempo en esto. Yo recien comienzo, esperando que me vaya bien.
saludos
 
Gracias por tu comentario, Pablo.

Estoy seguro de que te irá genial. Ya me dirás dónde puedo leerte.
 
y que tal todo contigo? espero que bien.
El otro día hicimos una nueva capacitación a la gente de VE.

cuidate..
 
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