¿Dónde está la mano que,
buscando piel ajena,
se deslizaba por la sábana,
aunque sólo fuera en sueños?
¿Dónde habrán quedado los desnudos,
que desanudaban brazos?
Desterrados de la imaginación por pueriles,
y nunca tan reales,
han quedado recluídos en la película barata.
Confieso que he dejado de creer
en los ojos como piscinas,
en los brazos como barcos,
en los pies entrelazados.
Será
que de tanto hilvanar fantasmas,
me quedé sin hilo.
Y ahora en medio de la noche de verano,
en vez de evadirme con la falda de turno,
me quedo mirando al vacío de la oscuridad,
pensando,
¿en qué he fallado?
¿por qué la salvación bajo una falda?
¿no soy tan bueno para la mujer perfecta?
Siempre, ella, la causa de mi culpabilidad,
algo que nunca me perdono.