Días sin horas

lunes, julio 20, 2009
 
En el parque había una de esas estructuras metálicas en las que los niños juegan, se cuelgan, trepan y algunas veces se caen. Nosotros llevábamos un rato jugando a las canicas tirados por la tierra. Era una tarde de principios de primavera, probablemente Sábado, ya no lo recuerdo bien. Imagino que olía a jazmín y la banda sonora es la música de las infancias de las películas, My girl de The Temptations, aunque probablemente en aquella época hubiese reconocido pocas cosas más allá de Bom Bom Chip, Xuxa y un disco de canciones infantiles de Rita Irasema y Miliki.

Estábamos tan absortos en nuestro juego que no nos dimos cuenta que el cielo se encapotaba, y lo que empezó con un chispeo impercetible pasó a tormenta. No sé por qué en vez de volver a casa decidimos recoger cartones, ramas y demás para cubrir la estructura metálica. Supongo que los tres pensábamos que sería una aventura, era nuestro castillo. Estábamos en nuestro refugio hablando sobre cualquier cosa cuando me di cuenta de que ya era de noche. Pensé en mis padres, la poca responsabilidad que tenía a los 8 años me permitió un segundo de lucidez en el que pense, voy a buscar ayuda.

En la puerta de casa de Néstor estaban los padres de los tres. No recuerdo muy bien su cara pero debió ser un poema (seis poemas en este caso). Yo estaba completamente chopado y les comuniqué la situación de mi equipo. Estábamos en el parque que había detrás de las casas, protegiéndonos de las inclemencias del tiempo. Creo que no se cabrearon demasiado porque ya nos daban por perdidos, secuestrados o abducidos, estaban a punto de llamar a la policia. Aquella noche mi madre me metió en la ducha con agua caliente y me dió una cena bien caliente, creo que sopa. Fue una buena tarde.

Ahora, más de quince años después estoy parado en medio de ese parque, que es mucho más pequeño de lo que lo recordaba. Además las casas que hay alrededor tienen unas vallas también más pequeñas de lo que recordaba, me costaba bastante treparlas para colarme dentro de mi propia casa. Ahora con un poco de esfuerzo me colaría en cualquiera. No es que lo vaya hacer, claro.

Me agacho hasta que puedo tocar el suelo con las manos, y acaricio la tierra mezclada con gravilla y hojas secas. Pienso que el tacto es un sentido marginado, recluído a lo sexual. Me miro las manos y las tengo sucias. ¿Cuánto hace que no tengo las manos sucias? Me entran ganas de expolsarme la mano y limpiármela, pero me contengo.

Sigo paseando, y voy pasando por las casas de los niños que eran mis amigos, y que ahora como adultos ni siquiera sé donde paran. Sento, Néstor, Mariola, Ana, Jordi, Carlos, María,... En la puerta de casa de Isa, hay una chica que va a entrar, debe tener mi edad, aunque la veo casi de espaldas, probablemente sea Isa. Podría pegar una ligera carrera y saludar, pero me da vergüenza, además no creo que tenga ningún sentido, seguramente ni se acuerda de mí. La última vez que me vio sería en el 93. No, no tiene sentido.

En frente está lo que era mi colegio, por una parte no ha cambiado, mismos edificios, mismos colores. Por otro lado me parece irreconocible, hay nuevos columpios, no están las ruedas con las que jugábamos. Además está desierto, es Julio.
Continuo mi paseo, la casa de Borja y Mario, cuántas horas había pasado allí. Borja era un año más mayor que yo, le admiraba y siempre quería ir con él, Mario tendría un par de años menos que yo, lo recuerdo como un buen chico, al que apreciaba mucho y sobre el que tenía cierto sentimiento de hermano mayor. Recuerdo una vez que los niños cubrieron un agujero con un cartón y llevaron a Mario por ahí. Por aquel entonces Mario llevaba unos hierros en las piernas para caminar bien. Mario se cayó, lloraba. Se me revuelven las tripas cada vez que lo pienso, y se me asoman lágrimas de pena. Yo lo sabía, y no se lo dije. Quiero recordar que sí que quería decírselo, pero la verdad es que no me acuerdo.
A Mario y a Borja los vi alguna otra vez, la última hará unos 7 u 8 años, vinieron a mi casa, nuestros padres se habían encontrado y querían rememorar viejos tiempos. No los volví a ver, mi culpa, debería haber llamado, pero me daba la sensación de que estaría fuera de lugar. Aquel día no reconocía a los niños que había sido mis amigos. Eran buena y gente e interesante, pero no eran mis recuerdos.

Voy a acabar mi paseo me dirijo hacia mi casa, mi antigua casa, en cualquier caso. ¿Qué habría sido de mis vecinas? De Mireia y de Paula, ahora tendrían 27 años. ¿Se acordaría esa mujer que ahora sería Paula del niño con el que jugaba a pasar la pelota por encima de la valla? En mi casa, hay un hombre de unos cuarenta años lijando la puerta de la calle, me mira de reojo y sigue, de la puerta sale una niña de unos 8 años para ver cómo su padre lija la puerta. No me paro, me da vergüenza. Pienso que debería pararme y explicarle al señor que esa era la casa de mi infancia, que mi habitación era probablemente la de su hija, que sabía que tenían un sótano, cuando otras casas no tenían, sabía cuando había sido plantada esa araucaria que ahora mediría diez metros y que antes no llegaba a los tres, que sabía que su casa, mi casa, era la única de la urbanización que tenía la ventana de la cocina en el lado contrario ( se equivocaron los obreros).
Pero pienso que le asustaré, o que le dará igual, o que le molestaré, o que se enfadará. Es más fácil seguir, volver a donde he dejado el coche, subirme y volver al presente.
No huele a jazmín. No sé a que huele, probablemente a nada. Pero suena The Tracks of My Tears de Smokey Robinson & The Miracles.

Discografía:
http://www.youtube.com/watch?v=rBQ2xc6jjJs
http://www.youtube.com/watch?v=rNS6D4hSQdA



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