Días sin horas

domingo, agosto 02, 2009
 
Solía despertarme el arrullo de las sábanas que se quejan bajo los cuerpos durmientes. Dejé de creer en ellos cuando me di cuenta que sólo los pintaba yo. La que amanecía al otro lado de la cama el daba igual. No buscaban más que el regalo de la piel, aunque decían que amaban el detallismo y el romanticismo. Pero sólo era un romanticismo de plástico, de película barata, de barbie, de muñecos, de cena con velas, de notitas de colores, de rosas y de regalos.

Mataron el romanticismo sutil, el de los olores de canela bajo el cuello, el del susurro a media noche. No sabían borrar la realidad y pintar con témperas las paredes. Por eso perdí la fe en la literatura y en la capacidad de las personas de ir más allá de lo obvio, de desbrozar el día a día.

Un tiro en la sien fue suficiente para no soñar, para no crear mientras se recuerda, para olvidarse del dulce licor del desengaño femenino.

De eso va el romanticismo, como el de Lara, de matarse ante la miserable realidad. Por eso me suicide, colgando de mi tumba el cartel de "buscando a la musa".



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