Días sin horas

lunes, junio 28, 2010
 
Solía salir a pasear después de cenar en las noches de verano. Las calles estaban desiertas pero por las ventanas abiertas se escapaban las conversaciones de las familias mezcladas con el sonido enlatado de un televisor. Los olores de las cenas se fundían con el jazmín que asomaba por los jardines de casi todas las casas de la urbanización.

Aquella noche no llevaba más de cinco minutos andando cuando se encontró a una sombra en la acera. Caminaba errática la sombra entre las calles sin nombre, y antes de que se diera cuenta la estaba siguiendo.

Acabó en la puerta que no quería. Se revolvió un poco en el aire, se apoyó la pared, pensó demasiado poco y dejó un mensaje que más tarde sabía que se arrepentiría. Una nota escrita en una partitura, que hablaba de sentimientos y demás cosas que él sabía que a ella no le iban a importar demasiado. Tantas películas le habían hecho creer que ellas pensaban en sentimientos y romanticismos, en vez de comprender que buscaban osados y piratas. Pero cayó en ello demasiado tarde, ya había vuelto a su casa.



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