Días sin horas

domingo, agosto 08, 2010
 
Tenía esa tarde de agosto un sabor dulzón a otoño por lo gris del cielo y por el viento que soplaba fresco sin enfriar. Las mallorquinas colocadas como cualquier otro día de verano, creaban una oscuridad artificial en la casa, que hacía pensar que los relojes estaban atrasados un par de horas.

Acababa de cerrar una ventana por la que ella, Amanda, le había vuelto a decir que le gustaba un chico. ¿Cómo había llegado a aquella situación? Él no quería que Amanda le contara esas cosas, quería ser el el chico que le gustaba, y tenía la sólida sensación de que ella lo sabía. ¿Estaría jugando con él? No parecía ser ese tipo de chica, era dulce e inocente, antagonismo de todas las divas ególatras con las que había estado anteriormente. Todas aquellas que le habían hecho ser un iconoclasta en lo referente al sexo.
Y casi sin querer apareció Amanda, sin más significación para él, hasta que un día se dió cuenta de que si no sabía de ella en una semana le invadía un amargo vacío, y unas estúpidas ganas de llamarle con nada que contar.

Se levantó del ordenador y siguió con la mirada los anaqueles del cuarto hasta que llegó a lo que estaba buscando. Un album de fotos pequeño, tamaño din A5. Lo abrió y ya en la primera página encontró la metadona para quitarse el escozor que Amanda le había dejado.
Allí estaba Valeria, mirándole, sonriéndole, pidiendo un poco más como siempre había hecho.
Una italiana hermosa, una suicida emocional, que arrastraba con ella todo aquel que quisiera hacer de los besos una adicción. Y él, había sido uno de ellos.
Lo suyo se acabó un día, ella dijo que no podía ser, y que tenía que irse, y se fue. Él enloqueció, como, probablemente, tantos otros. Porque si no podía ser, es que no era por él, y no era por ella, era por algo ajeno a ellos. Como si un ente omnipotente pudiese determinar el futuro de las relaciones, y en su caso hubiese decidido que no podía ser. Ella al irse le dejo una nota, tan acorde a su locura como a su inconsciente crueldad, "te quiero demasiado, por eso tengo que irme". Eso le marcaría para toda la vida, y siempre esperaría, que aquel ente que estableció que no podía ser, cambiara de opinión. Porque si ella le quería, y él a ella, sólo quedaba "eso" en medio.

Se le ocurrió una de esas ideas estúpidas que sólo se le ocurren a los borrachos, a los corazones rotos en las madrugadas de los sábados, y a los estúpidos, como él, y como yo, que no queremos matar las esperanzas. Enviar un email, para preguntar qué tal estaba. Tantos años, tan fuera de contexto.
Abrió el correo electrónico, y antes de empezar a escribir encontró en su bandeja de entrada un email que le impidió seguir con su estúpida empresa.
"Necesito verte, y no sé cómo. Tengo cosas que decirte y preguntarte. El verano da tiempo para pensar y, a veces, no es bueno. Recuerdo un verano, un calor aplastante, sudor y alguna lágrima. Tu estabas allí, y yo contigo. Lejos de todo aunque no de todos.
Ven mañana a los Babel, Nothing Personal, a la sesión de las 23h, yo te encontraré. Dame ese espacio para que pueda arrepentirme en el camino, si no, no lo haré.
A."

¿A? Lo primero que le vino a la cabeza fue Amanda. Pero pronto se desilusionó, Amanda no podía ser, solía escribir con palabras acortadas y sin tildes en los formatos electrónicos. Quizá se intentaba ocultar por algo. Pero sería estúpido, hubiese firmado como H o X.
Andrea, Ana,... había habido algunas A's en su vida, demasiadas como para estar seguro. Pero ninguna encajaba con el perfil de lo escrito. Quizá una que no fue, y quiso ser, Alba, Aintza, Aitana. Quizá, pero tampoco tiene sentido. En medio de la espiral de elucubración decidió cortar con el nombre. A, de Anónima.

Contesto medio enfadado por desconocer, medio curioso por lo mismo, con un seco "Vale, Alba". De él para él, sería Anónima. De él para ella, sería Alba, como un nuevo día, algo iba a cambiar en su vida, y si no, se lo inventaría.



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