Días sin horas

domingo, septiembre 12, 2010
 
Solía pasearse por los bares de Honduras cuando a la noche ya no le quedaba rastro de tarde. Tenía una gorra sucia y deshilachada que le hacía reconocible en la distancia. Le llamaban "el farmacéutico", a lo que el siempre corolaba "no solo de pan vive el hombre".
Fue la primera vez que lo vi cuando me habló de Celia. Al principio no le entendía demasiado, tampoco quería, se había sentado en mi mesa y había empezado a hablar sin sentido. Tuvieron que pasar unos minutos para que me diera cuenta de que quizá estaba delante del mismo Jesucristo García. Me di cuenta probablemente cuando dijo "Nací sin querer, y moriré por obligación".
En algún momento empezó a hablar de una mujer, y sus palabras se tornaron de un poético crudo.
- Chaval, jamás habrás visto unos muslos como esos. Saben a miel. Unas caderas que solo te las puedes imaginar tumbadas en una cama. No quieras probarla, que engancha más que el jaco. Y es menos agradecida. A esa mujer no se le puede atrapar, sólo puedes rezar para que se apiade de ti y te dé un poco de ella.

Debí hacer caso a el Farmacéutico. No estaría ahora aquí, manchado de sangre, con un cuchillo en la mano, el cadaver de un tal Alberto en el suelo de mi casa y Celia en el cuarto de baño.

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Con su traje chaqueta, el uniforme de diario, como antaño había sucedido en la escuela, ahora se repetía, vida monocromática la que le había tocado vivir, del negro al gris y algún día azul pero marino... en esa paleta de color ¿quién no iba a sentirse frustrado?, entonces fue cuando decidió que su ración de cafeina de la tarde tras salir de ese despacho donde sólo trataba con gente de la misma gama de colores, debía tener algo de luz, allí estaba, en el mismo sitio donde tantas y tantas historias había vivido, los libros siempre eran fieles compañeros, sintió una mezcla de nostalgia por lo vivido, vergüenza ya que nunca había frecuentado esos lugares con tales vestimentas, para ello prefería unos cómodos vaqueros y una camisa,berviosismo por la poca pero existente posibilidad de que la coincidencia o el destino quisieran que..., cansancio típico de un lunes fruto de un mal descansado domingo, y ganas/miedo.

Terminó su café con lectura interesante a la que se había sumergido y al mirar el reloj, era tarde, se levantó del sofá de aquel lugar tan acogedor y emprendió el camino rumbo a casa.
 
Y allí estaba, sintiendose estúpida por la necesidad que tenía de saber de él, su cabeza sabía perfectamente que no era posible, pero sin saber como ni porque necesitaba de el.

Se metia en la cama e inevitablemente el roce de las sábanas hacia volar su imaginación de tal manera que cada pliegue era una caricia que iba excitandola...










Incomprensible adicción.
 
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