El aire frío hace la realidad más transparente, pensó.
Era nochebuena, y en las estrechas y desérticas calles de un pueblo de Castilla, rebotaba el sonido de las botas sobre los adoquines. Las sombras se perseguían entre ellas al acercarse, y luego alejarse, de las farolas. Llevaba la bufanda enrollada, le tapaba justo hasta la nariz. A pesar del frío no llevaba gorro, no solía, sólo en los días más fríos se lo ponía, sentía que le quedaba un poco ridículo, una mezcla entre infantil y con poco gusto. ¿Desde cuando se preocupaba por el buen gusto? La belleza, qué preocupación más adulta, en algún momento asumió que tenía que arreglarse, gustar.
Entre estos pensamientos llegó. Se paró delante de una puerta hundida. Consiguió abrirla sólo cuando le dio una patada en la parte inferior. Entró.