No podía dejar de mirar al fondo de la habitación, era un punto cualquiera, azarosamente iluminando con un pequeño led. Se concentraba en él y sentía el pálpito del corazón por todo su cuerpo.
Los pinchazos eran intermitentes iban subiendo desde su pierna hasta la cabeza, una y otra vez, no había tregua ni descanso. Le temblaban las manos de aferrarse a las barras laterales de la cama.
Tenía la boca seca y los labios agrietados. Cerraba los ojos para respirar más profundo y aguantar el dolor, pero al cerrarlos sólo veía distorsiones de realidad en colores tan punzantes como su gemelo. Seguían esos pinchazos.
Era similar a tener un escalpelo hundido entre el gemelo y la rodilla que de vez en cuando tomaba la iniciativa de arañar ligeramente el hueso.
Un, dos, tres, pinchazo... un, dos, tres...
Procuraba no cambiar de posición, seguía con la mirada hincada en el led verde que realmente no sabía qué indicaba. Si se fijaba mucho en él parecía que a cada espasmo cardiaco se acercara sin llegar nunca a acercarse. Perdía el sentido de las dimensiones.
Le dolía la garganta. Y cada vez le dolían más los labios, ajados y partidos en múltiples deshechos de piel.
Giró la mirada de forma casi inducida por la aleatoriedad, y se vio en el espejo. Abría la boca tanto que se desgarraban los labios cada vez un poco más, una y otra vez. Ahora oía lo que llevaba diez minutos chillando: “ ¡Morfina, más morfina! ¡Enfermera más morfina!”.
Miró hacía sus piernas y vio como los puntos a la altura de su rodilla derecha aun estaban tiernos. Una pierna amputada. Estaba fresca.