Los golpes van rebotando por las paredes de la habitación. Semicorcheas, corcheas, negras,... y sus silencios que provocan el no ruido con su consecuente eco de vacío. Tiemblan las ventanas al impacto de las teclas contra su tope. Y tú sentada en la banqueta delante del piano, seguramente escuchando aquello que yo no oigo porque el piano no tiene cuerdas. Para mi es un metrónomo loco que sólo corresponde a los lentos movimientos de tus labios, que se abren y se extremecen sin que pueda preveerlo. Vuelvo a poner mi mano en tu hombro, porque tú sabes lo que significa, porque aquello empezó y no acabó. ¿Acaso empezó?. Se funden, como antaño, tus dedos con las teclas del piano y te disuelves antes de que me decida a besarte.