El segundero amartilla cada segundo. Lo va clavando en la consciencia de todo aquel que observa la esfera blanca, inerte en la estación. Todo aquel que no ve sólo un baile homogéneo sin mayor pretensión existencial. Ojala pudiera.
El reflejo del asiento contiguo se mueve en la ventana contra el paisaje anochecido, dejándose atravesar por cada fotograma que resbala al chocar contra el cristal.
Neón incrustado en el techo reflejado que vibra con el dentelleo de las ruedas.