- ¿Recuerdas?
- Sí, recuerdo, cuando perdí la cabeza. Recuerdo que las ventanas se tornaron de colores, que me volvieron loco, que dejaron mi alma en blanco y negro. Hasta que apareciste y dijiste: "¿a dónde vas?, creo que estás loco, ¡has perdido la cabeza!".
Y fue cuando subí arrastrado, como en las escaleras mecánicas, hasta que también perdí el cuerpo. ¿Quién dijo que esto iba de ganar cosas?
Ya sólo me quedaba el alma, que no es ni cabeza ni cuerpo.
Pero no podía perderla. Porque era yo mismo, y uno no puede perder algo de lo que no se aleja. ¿Cómo podía perder el alma en un tiempo en el que creo que no hay nadie a quien dársela?
Así que me fui al acantilado, al finisterre de mi existencia y tiré mi alma, y yo me fui detrás. Caía, viendo todas esas rocas afiladas pasar tan rápido que se confundían con mis ojos. ¿Qué ojos? ¿por qué somos capaces de concebirnos sin cuerpo pero no sin ojos?
En mi cabeza resonaba: "No huiremos, lucharemos contra el dolor". ¿Con qué oídos si no tengo cuerpo?
¿Por qué sigo oliendo si no tengo nariz? ¿Por qué me estremezco al rozar las hojas?
Lo único que ha muerto, que he perdido, ha sido el gusto. Lengua quemada, mordí el sol al crearlas y no destruirlas, demasiado bonitas eran.