Y recuerdo con ternura, pero sin amor, mi voz bajo las sábanas, escondiéndome del mundo, evitando que cualquier intruso pudiese oírme. Mientras mi voz vibraba en voz baja contándote cosas, mis dedos surcaban los pliegues de las sábanas haciendo figuras en el aire, como si fueras tú la que se deslizaba entre ellas, levantando sus curvas apagadas de luz.
Me pasaba tanto rato que se me quedaba la oreja roja, el teléfono fundido a la mano, y los ojos hundidos en el techo.
No era nada, sólo era que recordaba.