(Paralelo Sintitulos)
Cuando duermen dos en una cama de uno y medio, hay uno que le falta, obviamente, una mitad. Muy probablemente, el que no es dueño de la cama se ve arrinconado, y por educación sigue incómodo, dormitando. Despertándose cada poco, con una sensación de que no ha dormido nada y que la noche se va despeñando por el reloj. Y mañana hay que ir a trabajar.
Abrí un ojo y vi a través de la puerta, que se había quedado abierta, el comedor con la luz, aun, encendida. Sonaba un disco recopilatorio de jazz que había dado por lo menos una decena de vueltas, y seguía incesante aunque el volumen era realmente bajo.
Me fijé en algo que no me había fijado hasta el momento, la casa tenía un parqué muy bien cuidado. Además debía tener calefacción en el suelo, porque pese a haber ido descalzo por la habitación no había tenido frío en los pies.
En ese mismo suelo yacían, también dormidas, las prendas entrelazadas suyas y mías, casi indistinguibles. Me di cuenta de que también nuestras piernas estaban entrelazadas. Ella tenía las piernas frías aunque muy suaves. Me preguntaba si se depilaría todos los días, supongo que no, y puede parecer ridículo. Pero como uno suele saber cuando va a acabar sin ropa, se cuida más para esas ocasiones. Pero todos tenemos ropa interior desgastada que nos seguimos poniendo a gusto, salvo en esas ocasiones en las que tememos que no dé la talla ( nunca mejor dicho). Supongo que hasta que no viviera con una mujer jamás sabría cómo es la cotidianidad de sus piernas, de su cara, de su pelo. Sin querer me imaginaba a ella, aunque había quedado con ella no más de cuatro veces.
Le recogí el pelo y fui besándole por todo el cuello. Pero no se movió, debía estar profundamente dormida. Era su cama, era normal. Llegué hasta sus labios, y se me estremeció la espina dorsal cuando noté sus labios como el mármol, además de secos y ásperos. Le pasé la mano por el cuello y no noté la sangré corriendo por sus venas. Le susurré para despertarla, para animarla. Sí, susurrar no parecía muy normal, pero no me salía el hablarle más fuerte.
No supe qué hacer, así que me vestí y la dejé tumbada, le tapé bien hasta los hombros. Salí por el comedor, apagué instintivamente el equipo de música. Y me apresuré a cruzar la puerta, sabía que una vez cerrada por mucha conciencia que pudiese tener no podría volver a entrar. Así que salí, cerré y bajé con la cabeza agachada esperando que nadie se cruzara conmigo.
Miré el reloj, 5:23. Necesitaba un taxi, lo cogí un par de calles más al norte de la suya.