Te he dibujado tantas petunias que ni me acuerdo, repasando los bordes tan despacio, para no salirme, que no podía evitar que en la línea se notara mi pulso. Y te las pintaba amarillo, como el de tu pelo bajo el sol, entre el césped en el que te diluyes al tumbarte.
Y te conviertes en la princesa por la que haría tantas tonterías. Como esperar tres años en la puerta de tu casa para que me des la mano y nos vayamos a cenar. Aunque eso sólo sea de cuento, y no fueran nunca más de cinco minutos, y a lo mejor ni siquiera fue tu casa, fue una plaza en la que te esperé. Y me vaya a la guerra y te escriba diciéndote lo que te echo de menos, cuando nunca hubo guerra ni yo fui soldado, pero cada día en mi guerra particular te echaba de menos y quería decírtelo, y te enviaba cartas que nunca fueron de papel.
Si bien sabes que iría desde mi soledad perdida en estas montañas al balcón de tu ventana, andando, y recorriendo todos los caminos, con una foto tuya de hace tanto que ni te acuerdes ni me acuerde, sobreviviendo con la esperanza; también es verdad que nunca te creíste que te pintara las petunias, ni que fuera a la guerra, ni que anduviera tantos kilómetros para verte. Sólo para verte.