El cielo metálico llegaba más allá del final del horizonte. La carretera se abrazaba a la tierra como huyendo de las gotas de agua que la atravesaban sin herir. Llovía suavemente.
Llegó un cartel que yo llevaba un rato esperando, una ciudad tan lejana como imposible se cruzaba en el camino, y me invitó a pensar en ella.
Imaginé una plaza que se llama como un barrio, y un café que no se llama tertulia. Imaginé caderas ondeando por las escaleras que subían a un segundo piso que probablemente no existía. Yo la seguía, y me fijaba en como las piernas que nacían de sus botas se entrelazaban en un ramo de curvas que sugerían sus pantalones.
Hubo café, hubo miradas complices, hubo manos que se buscaban y pies que se encontraban.
Pero no dio tiempo a más, la carretera salió de su estado tangencial a la ciudad y los pensamientos se quedaron en la cuneta.
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