Dejó caer la copa que se rompió al segundo rebote contra el suelo. Todo era tan dramático, o dramatizado, fingió que al acordarse de ella le había dado un vuelco el corazón, y se excusó pensando que todos tenemos debilidades. Así se convenció de que no era tan mala idea escribirle, aunque fuera sin sentido y sin sentir, para arrastrar de nuevo hacia sí, la sensación embriagadora de conquistar una mente, un corazón. La necesidad de sentirse necesitado corrompe hasta a los grandes héroes.